Fray, ¿podré hacer una pregunta…? Es sobre la distribución de la Eucaristía por manos no consagradas. María Simma una mujer que se le manifestaban las benditas almas del purgatorio, en su libro del cual no me acuerdo el título decía que las almas le decían que a Jesús no le gustaba que manos no consagradas tocaran su “Santo Cuerpo”, bueno yo la verdad en obediencia al Santo Padre, si me toca recibirla de un ministro de la Eucaristía, o de un diácono, pues lo hago, sin embargo la verdad prefiero recibirla de los sacerdotes. El padre XYZ (exorcista) se acoge a esto que dice María Simma y dice que es preferible no recibir la Eucaristía, si no es suministrada por un sacerdote. En verdad esto me inquieta, pues a veces es muy difícil, especialmente en eventos grandes poderlo hacer con el sacerdote, y no recibirla es como rechazar el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Gracias. -EV
“El bien más grande que tiene la Iglesia es la Caridad. Y después de él, el bien más grande que tiene es la Unidad. Estos dos bienes se reclaman el uno al otro porque sin caridad es imposible la unidad, y sin buscar la unidad es imposible crecer en la caridad. Puedes decir que Jesús, Nuestro Señor, quiso asegurar esos dos bienes otorgando el don del Espíritu Santo y la guía sabia de los Pastores, es decir, los Apóstoles y sus sucesores. Al Espíritu puedes atribuir el don de la caridad, como alma de la Iglesia, y a la guía de los Obispos, que suceden a los Apóstoles, puedes atribuir especialmente la custodia de la unidad.
Cristo no quiso que la unidad dependiera de ninguna otra creatura, fuerza, principio o idea, sino sólo de la acción interior del Espíritu y de la custodia solícita de los legítimos Pastores. Nosotros, por ejemplo, no podemos, en cuanto Ángeles, suplantar o cambiar lo que enseñan con su autoridad los Obispos, porque, así como Cristo concedió el ministerio de consagrar su Cuerpo no a los Ángeles sino a seres humanos, los sacerdotes, así también Cristo concedió la unidad del rebaño a los Obispos con la ayuda de sus sacerdotes, bajo el cayado del Sucesor de Pedro. Hay mucha lógica en esta decisión de Nuestro Señor, porque fíjate que los mismos ministros ordenados que consagran su Cuerpo Eucarístico cuidan y forman su Cuerpo Místico, que es la Iglesia.
Según todo eso, tu guía en esta y otras materias similares es muy sencilla: aquello que esté autorizado por el Obispo y tal como esté autorizado por el Obispo es lo que debes conservar como norma tuya, por encima de cualquier otra idea, inspiración o gusto que alguien pudiera tener. La única excepción se daría en el caso extremo en que el Obispo ordenase algo que fuera manifiestamente pecado, es decir, algo que siempre y en todo lugar deba considerarse como pecado, como por ejemplo: obrar cismáticamente o sea en división con la Sede de Pedro. En el caso que pregunta tu amiga no sucede eso, de modo que la recepción de la Sagrada Comunión no la puedes llamar pecado porque sea ofrecida por manos de personas no ordenadas. Y como no puedes decir que sea pecado no tienes derecho a considerar inválida la disposición que el Obispo haya hecho al respecto.
Esto no significa que no puedan sentir, algunas o muchas personas, que la disposición del Obispo es insuficiente o imprudente, pero no deben convertirse en cabezas ellos mismos, sino respetar lo que ha decidido la cabeza, que es el Obispo, y manifestar a él, si viene a lugar, cuáles son los descontentos o preocupaciones que tienen. Pero hasta de hacerse sobre la base de una obediencia plena al Obispo. Obrar de otro modo, aunque parezca piedad, engendra división.
Sin embargo, debes obrar con mucha prudencia si encuentras una persona a la que le cuesta obedecer. La prudencia no consiste en estar de acuerdo con la persona sino en orar por ella, decirle que tú prefieres obedecer, y mostrarle con testimonio de vida y palabras apropiadas la hermosura de la unidad que Cristo ha querido para su pueblo. En esto hay que tener firmeza, sin dejar nunca de obedecer al Obispo, pero también comprensión porque las personas que quieren desobedecer por razones de piedad seguramente tienen intenciones que, aunque no sean perfectas, son mejores que el deseo de pecar.
Pon entonces tus ojos en la unidad de la Iglesia, busca el consejo del Obispo y no tengas miedo de hablarle, si es el momento, para que sus ojos pueden ver cada cosa y cada tiempo como Cristo mismo los ve.”