[Predicación a la Comunidad Hispana en Lafayette, Louisiana, EEUU, en Mayo de 2013.]
* ¿Qué dificultades particulares experimentan la pareja, y la familia, cuando viven procesos de movilidad humana, que a menudo implican nuevos y desafiantes contextos culturales?
* Quizás el criterio más importante para responder es: todo depende de cuáles derechos básicos queden asegurados por las condiciones en que se da el cambio. No es lo mismo “ser invitado” que “tratar de entrar.”
* El segundo criterio a tomar en cuenta es que, aunque sea el grupo familiar el que cambia de residencia, no debe presumirse que todos viven sus crisis o esperanzas al mismo tiempo. Cada persona tiene sus propias renuncias y sus pequeños o grandes avances, de modo que hay que estar atentos a esos procesos individuales y apoyar los procesos con gran paciencia, sentido de escucha y caridad.
* En particular, es típico que los varones se centren en la resolución de problemas, uno detrás de otro; mientras que las mujeres suelen tener un enfoque más comprensivo y holístico: tratando de crear y favorecer “ambientes” que sean acogedores y motivantes para todos. Es natural, y puede ser muy productivo que surjan algunas tensiones entre estas dos perspectivas.
* Si volvemos nuestra atención a la Sagrada Escritura, encontramos un dato fundamental: a menudo, Dios asocia el progreso en la fe con procesos, a veces dramáticos de movilidad humana. Llama la atención, en Génesis 12, cómo Abraham es puesto en camino. Su desarraigo de la tierra (y cultura) de su padre, va en paralelo con el progresivo arraigo a las promesas y la palabra misma de Dios.
* Otra escena importantísima en el conjunto de la historia de Israel es, por supuesto, el éxodo, que, como su nombre lo indica, habla también de un desplazamiento masivo de personas. El despojo del desierto va en paralelo con el equipamiento nuevo de una fe que madura a golpes del camino.
* En el Nuevo Testamento, baste recordar a Cristo como el gran caminante; como aquel que deja a las 99 en el redil y sale en búsqueda de la oveja perdida. De hecho, Cristo es el que no tiene dónde reclinar la cabeza, y su movilidad se identifica con la generosidad del amor que no puede permanecer impasible ante la necesidad de los muy amados.
* No debemos entonces ver a la movilidad humana necesariamente como un ataque a la fe. Más que los hechos en sí mismos, lo que importa es la manera como se leen y viven esos hechos, y sobre todo, si desde el principio se le da a Dios el lugar que le corresponde en la pareja, la familia y la comunidad como tal.