Con toda la seriedad de un juego (9)

La Adrenalina

Teóricamente los juegos sirven para relajarse pero es un hecho que tensionarse es también un modo de jugar.

Claro está: no cualquier tensión es un juego. Tener una deuda de difícil pago mal puede llamarse una forma de jugar. Sin embargo, una persona endeudada puede querer jugar un agitado partido de squash para descargar en las emociones de ese deporte mucho de la tensión de su vida “real.”

Otras veces la tensión toma la forma no de un esfuerzo sino de un reto. Lograr algo arduo es un modo de concentrar las facultades y, si se logra lo deseado, levantar la autoestima. Muchos pasatiempos y aficiones parecen ir en esta línea. Pienso por ejemplo en la gente que gasta horas de esforzada atención tratando de hacer un modelo a escala de un barco del siglo XVI. Podemos ver su ceño fruncido, las manos crispadas, la frente sudorosa: no es fácil lograr que la cubierta del barco quede exactamente en su sitio, y sin embargo, en otro sentido no pasaría nada si quedara mal, excepto que el reto no habría sido superado.

En otras ocasiones aún, la tensión se hermana con el peligro. Tomar una curva en una pista a más de 200 kilómetros por hora es eso: sentir un chorro de adrenalina, o aún más que eso: sentirse vivo, aunque sólo sea porque se está venciendo a la muerte. Jugar en este caso se equipara con apelar a las raíces de la vida, incluyo si ello comporta la posibilidad de perder la vida misma.

No es tan fácil hacer una valoración moral de esa clase de actividades. Supe del caso de un muchacho español que murió instantáneamente porque se reventó el cable que lo sostenía de un puente del cual había saltado según las reglas del “jumping.” Uno no puede sino lamentar algo así y una muerte semejante sólo puede ser llamada absurda. Sin embargo de lo cual, y sin querer hacer de abogados del diablo, ¿no es absurdo también morir sepultado de papeles en una oficina tratando de mantener aceitados los engranajes de una empresa gigantesca que se alimenta de eso, del trabajo interminable de sus burócratas? No defiendo ninguna muerte sino pido que la vida tenga su sabor y no pierda su color y su aroma. Detrás de ese “sabor” la gente trata de experimentar toda suerte de cosas, no me cabe duda.

Aunque habría otras maneras de acercarse a las fronteras de la muerte con algo más de creatividad y de fruto. Hasta el día de hoy ninguna muerte me parece más noble que morir dando vida. No es, no puede ser lo mismo, inmolarse por un poco de adrenalina que sacrificarse hasta el extremo para que otros puedan vivir.