La Hermana Libertad
–Muy interesante lo que planteas, y merecería más comentario, pero yo creo que ahora nos toca concentrarnos en lo de la Hermana, que, como no trae hábito, es solo ciudadana del universo y, de lo mismo normal, no es tan fácil de ubicar…
–¿No podía faltar el toque de ironía, ah? No cambias, padrecito, ¡no cambias! Mírala nada más llegar: es aquella de la chaqueta roja.
–¡Hola, Renata! ¡Hola, Federico! ¿Y a qué debo esta recepción tan solemne, con representación del clero y todo?
–A ver, hablo yo, que soy el clérigo aquí. Pero, espera te ayudamos con todas esas maletas. ¿Te tocó pagar sobrecupo?
–¡Yo pensé! Pero al final me puse a contarle al empleado allá que la mayor parte de ese peso eran libros, y que sin el peso de libros jamás se alivia la carga de un pueblo. Esa frase le gustó, creo yo, por la cara que hizo, y ¡aquí estoy!
–Bueno, vamos saliendo del aeropuerto, propongo yo, Libertad, porque a Federico ya ves que le están llegando los años, y a veces como que no oye bien, menos aún con este ruido.
–¡Renata siempre hablando por mí! Pero, si voy a ser sincero, una cosa es real: los años no pasan sino que se le quedan a uno dentro. Y creo que eso influye en que uno se ponga más trascendental. Creo que el tipo de preguntas que resulto haciéndome ahora son como las de un adolescente: ¿Adónde voy? ¿Qué quiero de mi vida? Cosas así.
–¿Y esas preguntas te trajeron a recibirme al aeropuerto? ¡Bienvenidas sean!
–De algún modo sí fueron las preguntas porque hoy he tenido un par de diálogos interesantísimos: uno con el Padre Fidelio. ¿Te acuerdas el que estuvo de párroco o vicario de no sé qué de la catedral hace un par de años?
–Sí, claro. A mí no me quería ni poquito; ¡ni a Renata tampoco! Claro que cuando Renata volvió a su santo hábito dominicano, ya la aceptó de nuevo. Conmigo en cambio… yo sentía que el padrecito se hacía una violencia interior como para reventarse por dentro. Una vez teníamos un cierre de convivencia con las chicas de grado décimo, ¿y puedes creer que simplemente no conseguíamos cura por ninguna parte? Entonces me comisionaron a mí para resolver la cosa. Yo me pegué a ese teléfono y al único que conseguí fue al Padre Fidelio. Entonces me dijo que estaba un poco constipado y que el día era muy lluvioso, y añadió una frase de san Pablo, algo así como “la caridad de Cristo nos empuja,” una cosa que el citó en latín, porque él como que siente que la Biblia es más Biblia cuando se cita en latín, y yo pensé…
–Perdona que te interrumpa, monjita, pero, hablando así, tal vez lo estás juzgando muy superficialmente. Él es un buen hombre, aunque yo personalmente no comparto toda su perspectiva y su perspectiva eclesial.
–Pues el Espíritu Santo existe, ¡o yo no sé qué le pasa a mis amigos! Primero Renata, que se nos echó de para atrás y volvió a las ropas “eclesiásticas,” ¡y ahora tú defendiendo el latín! Bueno, pero no me tomes muy en serio, tú sabes que yo me amargo por esas cosas, y en el fondo digo: hay cosas más importantes para discutir. Pero, ¿sí puedo acabar la historia de la misa aquella, o ya estoy en pecado mortal?
–Termínala, claro.
–Al fin fui a recoger a Fidelio en el carro de la Comunidad. El hombre esperaba una religiosa como las Reverendas Madres que él había conocido por allá en su infancia, ¡y llego yo con mis jeans desteñidos y una balaca rosada! Honestamente: yo creo que él pensó que yo era una empleada de segundo o tercer rango. Tuve que explicarle dos o tres veces que yo sí era religiosa, y que yo era la directora de ese curso. Al fin se subió al carro musitando como unas letanías, o quizá rezongando, sólo Dios lo sabe. ¡Hubo tantas cosas ese día! ¿Ustedes se imaginan yo tratando de explicarle a este reverendísimo que las niñas estaban acostumbradas a decir sus comentarios después de cada lectura? Al final me dio pesar porque Renata precisamente había preparado unas moniciones densas, llenas de contenido y de compromiso, y prácticamente no se pudo usar nada, porque a un cierto punto Fidelio decidió que él sencillamente iba a seguir lo que dijera el misal, y el misal no habla de ofrendas de frutos de la tierra, ni de comentarios a las lecturas. ¿Tú te acuerdas de todo eso, Renata?
–¡Claro que sí! Pero tienes que abonarle que el hombre, así gris y verde como estaba de la gripa, hizo acto de presencia, e incluso confesó a un buen número de niñas después de la misa.
–Eso es verdad. Y para que Federico no se me disguste de que le hable mal de su amigo clérigo, debo decir en público que las mismas niñas luego pedían que Fidelio fuera a confesarlas. Un día les pregunté que por qué, y una me dijo: “Libertad, es que con él una sí se siente confesada.” Me pareció curiosa la cosa, porque yo pensé que ellas iban a preferir a Oscar, un carmelita lo más de simpático, muy joven, que a veces llegaba al colegio en su propia bicicleta, con morral al hombro y todo.
–Yo digo que de pronto todo son modas. Hace un rato hablábamos con Federico de todo esto, de hábitos y trajes, y yo le contaba que para mí hay mucho de moda en la manera como uno termina decidiendo las cosas, quizá inconscientemente. Por ejemplo, una cosa que a mí me cuestiona, y no es por negar el valor de tu trabajo, Libertad, es esta: ¿dónde están las vocaciones nacidas de las obras insertas? Tú sabes que después del último capítulo provincial me pusieron en una comisión de vocaciones, y se me ocurrió hacer la estadística completa sobre procedencia de las niñas que nos están llegando, incluyendo las que se retiran antes de entrar. En especial esa parte me llamó la atención: en qué momento una persona se anima y en que momento se desanima.
–¡Eso es muy difícil de cuantificar, Renata! Ya casi le pones cifras al Espíritu Santo…
–No, en serio, Libertad, los hechos van hablando, y si Jesús nos dijo que miráramos los signos de los tiempos es porque algo podemos aprender de ellos.
–¿Y cuáles son los signos de los tiempos aquí?
–A ver… ese estudio lo hice ya hace unos buenos meses, y no me acuerdo de todos los detalles, pero una cosa que sí se me grabó fue esta: incluso las jóvenes que habían recibido una motivación inicial de las obras típicas de inserción social no se veían a sí mismas entregando su vida por ese tipo de trabajo.
–Es que en estas sociedades nuestras, en que la vida religiosa fue siempre un vehículo de ascenso social, es difícil decir uno que de veras entra a servir, querida amiga…
–Es posible que sea eso, o que por lo menos eso influya, pero puede haber otras cosas. Muchas niñas manifestaron una necesidad profunda de espiritualidad. Un buen número viene de experiencias carismáticas o de oración, y no ven en ese trabajo social mucho más que… el mismo trabajo social que pueden hacer como laicas en el mundo. ¿Tú qué piensas, Federico?
–Yo estoy como dividido ahí. Por una parte, uno no puede negar los hechos, y los hechos son que hay un viro neoconservador o como se le quiera llamar que hace que hoy la gente no se sienta vocacionalmente impulsada a desgastarse en la lucha por la justicia. Por otra parte, creo que ya se acabó, o está en agonía, esa visión de que el laico es un cristiano de segunda. Muchas veces son los laicos los que arriesgan de su tiempo, su autonomía y su economía para vivir su fe. Entonces, si me pongo en el corazón de una chica de veinte o veinticinco años, que tiene montañas de propuestas de ONGs y de movimientos eclesiales para servir a los pobres, ¿cuál sería su ganancia neta en hacerse religiosa?
–Pues eso es lo que yo vengo de ver con mis ojos en Brasil, Federico: la ganancia neta es la alianza entre espiritualidad y compromiso social. No podemos dividir a la gente en “espirituales” por un lado y “comprometidos” por el otro. Pero lamentablemente eso es lo que está sucediendo. La gente se nos acostumbró a que ser espiritual es encerrarse en la búsqueda de su propia perfección, y su oración se vuelve un danzar alrededor del propio ombligo, y un convencerse de que cada vez está más alto y más alto. A esa visión parcializada sólo le puede corresponder otra visión parcializada de sentido contrario: el líder social es una persona que desconoce a Dios; en esencia, un comunista. Y decir “comunista” es como decir el diablo, para muchos. Lo que pasa es que nos desprendimos, nos dejamos desgajar de la unidad radical del Evangelio de Jesús. Él sí supo volver su corazón completamente hacia los pobres y radicalmente hacia el Padre… bueno, por seguir la terminología usual, porque hoy se habla casi más de Dios-Madre.
–Pero no respondiste mi planteamiento, Libertad: ¿qué gana una joven con hacerse religiosa hoy?
–Yo te puedo hablar desde mi experiencia, Federico: me siento plena entregándome a la gente en el nombre de Jesús y a la manera de Jesús. Si eso puede enamorar a alguien más, yo no lo sé, porque el Dueño de las vidas y vocaciones es Dios únicamente. La iniciativa es de Él. Perdónenme si suena presuntuoso pero yo siento que mi vida religiosa se ha ido concentrando en lo esencial, y no me pesa dejar para otros y para otras las “arandelas.” Mi vida se ha ido concentrando en los verbos que veo más esenciales en el Evangelio: amar, servir, compartir, orar. Con la diferencia de que en este estilo de ser Iglesia no oramos “para” la gente sino “con” la gente. La oración no es algo que servimos hecho, como en una bandeja, o que encontramos ya hecho: es el palpitar mismo de la comunidad de base, que se descubre iluminada por la Palabra e interpelada por los hechos de vida que le suceden. Eso es lo que yo llamo un Dios vivo. Pero por supuesto: hay que vivir toda una conversión, y hay que bajarse de muchos pedestales y privilegios, para encontrar con sorpresa enamorada que Jesús sigue caminando con su pueblo, con su “pequeño resto.”
Claro que al calor de un té las cosas pueden cambiar.