Cuando vayas a orar, que sea éste un firme propósito: ni más tiempo por consolación, ni menos por aridez.
No digas a Jesús que quieres consuelo en la oración. -Si te lo da, agradéceselo. -Dile siempre que quieres perseverancia.
Persevera en la oración. -Persevera, aunque tu labor parezca estéril. -La oración es siempre fecunda.
Tu inteligencia está torpe, inactiva: haces esfuerzos inútiles para coordinar las ideas en la presencia del Señor: ¡un verdadero atontamiento! No te esfuerces, ni te preocupes. -Oyeme bien: es la hora del corazón.
Esas palabras, que te han herido en la oración, grábalas en tu memoria y recítalas pausadamente muchas veces durante el día.
“Pernoctans in oratione Dei” -pasó la noche en oración. -Esto nos dice San Lucas, del Señor. Tú, ¿cuántas veces has perseverado así? -Entonces…
Si no tratas a Cristo en la oración y en el Pan, ¿cómo le vas a dar a conocer?