En Occidente, la religión se presenta con demasiada frecuencia como una actividad al servicio del bienestar humano. La religión se equipara con la acción humanitaria, los actos de caridad, la acogida de emigrantes y personas sin hogar, la promoción de la fraternidad universal y la paz mundial. Se dice que la espiritualidad es una forma de desarrollo personal, destinada a aliviar un poco al hombre moderno, centrado en sus actividades políticas y económicas habituales.
Aunque estas cuestiones son importantes, esta visión de la religión es errónea. La religión no es un asunto de comida ni de acción humanitaria. En el desierto, fue la primera tentación la que Jesús rechazó. “Para redimir a la humanidad, hay que superar la miseria del hambre y la pobreza”: eso es lo que el diablo propone al Señor. Pero Jesús responde que ése no es el camino de la redención. Nos hace comprender que, aunque todos tuvieran para comer, aunque la prosperidad se extendiera a todos, la humanidad no sería redimida.
Tu alma es un lugar sagrado, cuídala. Sólo en este santuario sagrado de tu alma podrá Dios hablarte, consolarte, hacerte volver a Él mediante una conversión radical. Sólo en este santuario interior podrás escuchar su llamada a ser santo, a ser adorador. “Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo”. Es en este lugar interior y sagrado donde tú, joven, podrás escuchar su llamada a ser sacerdote o religioso. Y tú, jovencita, podrás escuchar su llamada a entregarte a él en la vida religiosa, consagrándole tu cuerpo, tu corazón y toda tu capacidad de amar. Si profanas este lugar interior de tu alma con una vida dominada por el pecado y las diversiones del mundo, corres el riesgo de perderte la vida, de no ser nunca realmente tú misma.
Mis queridos hermanos y hermanas, no robemos a Dios el santuario sagrado de nuestra alma. Dios la creó, Dios la redimió, no profanemos nuestro cuerpo. Nuestro cuerpo es el Templo de Dios y el Espíritu de Dios habita en nosotros. No destruyamos este Templo porque el Templo de Dios es sagrado y nosotros somos ese Templo. Dios nos lo ha confiado para que lo cuidemos y lo veneremos en silencio. Dios lo quiere, Dios te quiere.
[De la homilía del cardenal Sarah en Sainte Anne d’Auray, misa inaugural del 25 de julio de 2025]
