Reinterpretar la Biblia de manera que nos deje vivir como queremos

Desde los orígenes de la Iglesia hay una tentación que se ha repetido y que por eso no debe extrañarnos que suceda también ahora: cambiar la Palabra de Dios–en lugar de permitir a la Palabra que nos cambie a nosotros.

Los tres modos que se han usado más son:

  • Suprimir pasajes incómodos, o incluso quitar libros completos de la Biblia. Así por ejemplo, Lutero quería quitar de la Biblia la Carta de Santiago, en el Nuevo Testamento.
  • Menospreciar las Escrituras, convirtiéndolos en un relato mitológico más.
  • Cambiar la traducción o reinterpretar las palabras de modo que ya no digan lo que dicen.

Esto último es lo que quiere la reciente propuesta del P. James Martin, S.J.: hagamos una Biblia que sea “amigable” con aquellas personas a las que queremos alcanzar (outreach).

La voz autorizada que él cita y en la que se apoya es la de un biblista muy reconocido en el ámbito académico: Walter Brueggemann. Es un escritor prolífico, un orador de intensa agenda y un catedrático protestante. Correcto: no es católico. Todo indica que este episodio con Martin es uno más en la historia de la penetración de la interpretación liberal protestante en el mundo católico.

La tesis de Brueggemann, recogida en este artículo que Martin cita, se apoya en dos cosas principalmente:

  • La Biblia tiene “varias voces” (¿opiniones?) con respecto a la homosexualidad: los que son explícitos sobre homosexualidad son “rigurosos”; los que son amables o “de bienvenida” (“of welcome”) son implícitos, y Brueggemann NO los encuentra sino que los DEDUCE, por comparación con el caso de los eunucos.
  • Las varias “voces” de la Biblia, según este autor, hablan de la necesidad de ser democráticos: que nadie (esto se refiere al Magisterio de la Iglesia Católica, por ejemplo) se crea en posesión de la verdad porque todas las voces están condicionadas por “contextos culturales”. Además, todas las interpretaciones están también condicionadas por las condiciones culturales de los que interpretamos.

Uno se da cuenta inmediatamente que con las premisas y el método de Brueggemann prácticamente cualquier conducta moral puede aprobarse si se obra con la debida paciencia y astucia: uno siempre puede oponer los textos donde se condena un pecado, y buscar otros textos donde se invita a todos a acogerse a la bondad y la misericordia de Dios.

Por supuesto, la palabra que este autor, y tampoco Martin, mencionarán es la conversión de esos pecados. Para ellos la única conversión que importa es que nosotros, los “tradicionalistas rigurosos”, abandonemos los textos claros y entremos en la dinámica del modo de “acogida” como ellos la proponen.

El precio es que ya no será la Palabra la que nos transforme de verdad a nosotros sino que nosotros la habremos silenciado para que no disuene frente a las propuestas del mundo.