“Pero la obediencia cristiana nunca es una forma de servilismo irreflexivo. Tenemos cerebro por una razón. La obediencia cristiana es un acto de amor. Es un don gratuito de uno mismo, y cuando la obediencia a la autoridad se vuelve mecánica y excesiva, o peor aún, si tiene un mal fin, aplasta el espíritu. Todo amor verdadero, y especialmente el amor en el corazón de una obediencia sana, está ordenado a la verdad…”
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