Qué y para qué se canta en la liturgia

“Cantar en la liturgia lo que pertenece a la liturgia es vida pascual: sumemos nuestra voz con amor de Dios; cantemos con fuerza, cantemos todos, cantemos con entusiasmo: ¡nunca callemos si nos toca cantar! ¡Nunca lo veamos como un estorbo a mi devoción personal o mi recogimiento íntimo!”

Haz clic aquí!

Santos mártires Juan de Brébeuf y Gabriel Lallemant

Santos mártires Juan de Brébeuf y Gabriel Lallemant (+1649)

Nacido en 1593 de familia noble normanda, Juan de Brébeuf ingresó a los veinte años en el noviciado jesuita de Rouen, donde se distinguió por su vida orante, penitente y humilde. Quiso ser Hermano coadjutor, y sólo por obediencia aceptó la ordenación sacerdotal. Ya ordenado, procuraba siempre emplearse en ayudar a los otros en sus trabajos, o en barrer, traer leña, y hacer de criado de todos. Acentuó su consagración religiosa con varios votos privados, como el de evitar toda falta venial, cualquier infracción de las reglas, y sobre todo el de no rehuir el martirio por amor a Cristo, si se daba la ocasión. Agraciado con altísimos dones de oración, tuvo visiones de Jesucristo, del Espíritu Santo, de la Virgen y de San José, y una gran familiaridad con los ángeles.

Muchas veces solicitó a su superiores ir a misiones, y concretamente a Nueva Francia, recuperada por los franceses recientemente. Por fin, como ya vimos, fue incluído en la primera expedición jesuita al Canadá, en 1625. A los 32 años de edad, cambiaba su vida de profesor por la de misionero. Se adaptó inmediatamente a su nueva dedicación, entregándose a ella en cuerpo y alma.

Después de algún tiempo de misión entre los algonquinos, fue destinado a Toanché, aldea de los hurones, pudo experimentar, como San Pablo, que en la extrema debilidad del hombre halla ocasión de expresarse la plenitud del poder de Cristo (2Cor 12,9). Y así escribió: «¡Qué avenidas de consolación endulzan el alma cuando uno se ve abandonado de los salvajes, consumido por la calentura o a punto de morirse de hambre entre las selvas, y allí puede exclamar: Dios mío, por puro amor tuyo, por cumplir tu santa voluntad, me veo en esta situación!».

Expulsado por los ingleses en 1628, con todos los franceses, pidió volver tras la paz de Saint-Germain. Su regreso entre los hurones, cuya lengua había aprendido perfectamente, es descrito por él mismo: «Cuando me rodearon con tumultuosa alegría para darme la bienvenida, todos me saludaban por mi nombre, y uno me decía: ¿Es posible, sobrino mío, hermano mío, primo mío, que otra vez estés con nosotros?»…

Esta segunda misión fue más dura que la primera. La peste asolaba los poblados hurones, y el padre Brébeuf atiende especialmente a las aldeas más afectadas, Ihonatiria, Ossassane y Onerio. Los indios, atemorizados, piden al misionero que su Dios les salve. Él les explica qué han de hacer: «Primero, no debéis creer más en supersticiones; segundo, sólo podéis contraer matrimonio con una esposa; tercero, desterrad de los banquetes borracheras y desenfrenos; cuarto, deberéis dejar de comer carne humana; quinto, dejaréis de acudir a las fiestas que preparan los hechiceros convocando a los espíritus.

Los indios estimaron que las condiciones eran muy duras, y los hechiceros echaron la culpa de todas las calamidades a los misioneros. Algunos hurones, sin embargo, comenzaron a ver en aquellos hombres abnegados y valientes la imagen de Cristo. La misión de Ossossane, especialmente, llamada luego de la Inmaculada Concepción, floreció en el Evangelio. En 1641 unos 60 indios fueron bautizados, y siete años más tarde eran todos cristianos. Un misionero lloraba de alegría, años más tarde, cuando veía a los indios ir de madrugada a comulgar.

De todos modos, la situación de los misioneros, en general, era sumamente precaria en aquellas regiones, como puede apreciarse en las cartas del padre Brébeuf:

En una de 1636 dice: «¿Sería posible que pusiéramos nuestra confianza fuera de Dios en una región en la que, de parte de los hombres, nos falta todo? ¿Podríamos desear mejor ocasión de practicar la caridad que la que tenemos en las asperezas y dificultades de un mundo nuevo, al que ningún arte ni industria humana ha proporcionado comodidad alguna? ¿Y vivir aquí para llevar hacia Dios a hombres tan poco hombres que diariamente esperamos morir a manos de ellos, si se les ocurre, si les da un arrebato, si no los detenemos y no les abrimos el cielo a discreción, dándoles la lluvia y el buen tiempo según lo demanden?…

«Ciertamente, si el que es la Verdad misma no nos hubiera dicho de antemano que no hay amor mayor que morir una vez por los amigos, yo pensaría como igual, o más generoso, lo que decía el apóstol a los corintios: “Diariamente muero por vosotros, hermanos” [+1Cor 15, 31], llevando una vida tan penosa, en peligros tan frecuentes y ordinarios de morir inesperadamente; peligros que os proporcionan los mismos a los que queréis salvar…

«Termino este escrito diciendo lo siguiente: si en esta vida de sufrimientos y cruces que nos están preparadas, alguno se siente con tanta fuerza de lo alto que puede decir que esto es demasiado poco, o pido como san Francisco Javier: “Más, Señor, más”, espero que el Señor le hará decir también, en medio de las consolaciones que le dará, esta otra confesión, que será tanto para él que ya no podrá soportar más alegría: “Basta, Señor, basta”».

Y en 1637 escribe: «Estamos, quizá, ya a punto de derramar nuestra sangre e inmolar nuestra vida en servicio de nuestro buen Maestro Jesucristo… Suceda lo que suceda, le diré que todos los Padres esperan el resultado con gran tranquilidad y alegría de espíritu. En cuento a mí, puedo decir que nunca he tenido el menor miedo a morir por tal motivo. Pero todos sentimos tristeza al ver que estos pobres bárbaros cierran, por su malicia, la puerta al evangelio y a la gracia.

«Sea [el Señor] por siempre bendito por habernos destinado a esta tierra, entre otros mucho mejores que nosotros, para ayudarle a llevar su cruz. Hágase en todo su santa voluntad. Si quiere que muramos ahora, ¡enhorabuena para nosotros! Si quiere reservarnos para otros trabajos, bendito sea.

«Si le llega noticia de que Dios ha querido coronar nuestros pobres trabajos, o más bien nuestros deseos, bendiga al Señor; porque sólamente por Él es por quien deseamos vivir y morir, y es Él quien nos da la gracia para ello». Otros padres firmaron con él este testamento espiritual.

En 1638 llegó a la misión de la Inmaculada el padre Gabriel Lallemant, un hombre de aspecto más bien frágil. Nacido en París, en 1610, ingresó a los 20 años en el noviciado de la Compañía, fue procurador del Colegio de La Flèche, profesor de filosofía en el de Moulins, y prefecto en el de Bourges. En 1640, a los 30 años, se vió al frente de la principal misión jesuita entre los hurones, sustituyendo a Brébeuf que había tenido que retirarse a Quebec con una clavícula rota en un accidente. La vida de la misión fue adelante con paz y trabajo, hasta que en 1644 se produjo la revuelta de los iroqueses.

La violencia iroquesa, recrudecida en 1649, aprisiona a Brébeuf y Lallemant en la misión de San Ignacio, situada en la aldea de San Luis. Y se repite entonces una vez más la pasión de Cristo por su Cuerpo, que es la Iglesia. Los indios les arrancaron las uñas, rompieron sus bocas con piedras, les cortaron pedazos de carne que, asados, comían ante ellos, quemaron sus lenguas, cortaron sus pies, desollaron sus cabezas, dejando el cráneo al descubierto. Y ellos siempre perdonando.

Un hurón renegado, blasfemando y riendo, echó sobre la cabeza del padre Brébeuf agua hirviendo: «Yo te bautizo para que seas feliz en el cielo; agradécemelo». El padre Lallemant, conducido a presenciar ese martirio, le dijo a Brébeuf la frase de San Pablo, tan querida para los antiguos mártires: «Padre, «hemos venido a ser espectáculo para el mundo, para los ángeles y para los hombres»» (1Cor 4,9). El 16 de marzo de 1649 un golpe de hacha consumaba la vida de Brébeuf. Y al día siguiente, después de padecer tormentos semejantes, el padre Lallemant perfeccionaba en Cristo crucificado la ofrenda de su vida.

En Quebec se conservan sus reliquias. Los restos de los demás mártires franco-canadienses no pudieron ser recogidos. De los apuntes espirituales de Jean de Brébeuf se conserva esta página impresionante, que podemos leer en el Oficio de lectura de su fiesta:

«Durante dos años he sentido un continuo e intenso deseo del martirio y de sufrir todos los tormentos por que han pasado los mártires… Mi Señor y Salvador Jesús ¿cómo podría pagarte todos tus beneficios? Recibiré de tu mano el cáliz de tus dolores, invocando tu nombre [Sal 115,4]. Prometo ante tu eterno Padre y el Espíritu Santo, ante tu santísima Madre y su castísimo esposo, ante los ángeles, los apóstoles y los mártires y mi bienaventurado padre Ignacio y el bienaventurado Francisco Javier, y te prometo a ti, mi Salvador Jesús, que nunca me sustraeré, en lo que de mí dependa, a la gracia del martirio, si alguna vez, por tu misericordia infinita, me la ofreces a mí, indignísimo siervo tuyo.

«Me obligo así, por lo que me queda de vida, a no tener por lícito o libre el declinar las ocasiones de morir y derramar por ti mi sangre, a no ser que juzgue en algún caso ser más conveniente para tu gloria lo contrario. Me comprometo además a recibir de tu mano el golpe mortal, cuando llegue el momento, con el máximo contento y alegría; por eso, mi amadísimo Jesús, movido por la vehemencia de mi gozo, te ofrezco ahora mi sangre, mi cuerpo y mi vida, para que no muera sino por ti, si me concedes esta gracia, ya que tú te dignaste morir por mí. Haz que viva de tal modo que merezca alcanzar de ti el don de esta muerte tan deseable. Así, Dios y Salvador mío, recibiré de tu mano la copa de tu pasión, invocando tu nombre: ¡Jesús, Jesús, Jesús!

«Dios mío ¡cuánto me duele el que no seas conocido, el que esta región extranjera no se haya aún convertido enteramente a ti, el hecho de que el pecado no haya sido aún exterminado en ella! Sí, Dios mío, si han de caer sobre mí todos los tormentos que han de sufrir, con toda su ferocidad y crueldad, los cautivos en esta región, de buena gana me ofrezco a soportarlos yo solo».


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

El Papa inició el maratón de Rosarios para pedir el fin de la pandemia

“Encomendar a las manos de María «a toda la humanidad, dolorosamente afectada por la pandemia», este es, en palabras del papa Francisco, el objetivo del «maratón de oración» que comenzó esta sábado 1 de mayo en la Basílica de San Pedro, y en el que participan treinta santuarios marianos de todo el mundo, que cada día se turnarán para guiar el rezo del Rosario…”

Haz clic aquí!

Preguntas sobre María en el misterio de la Encarnación

Me gustaría las respuestas a las siguientes preguntas fundamentadas en la Biblia. Agradezco su colaboración para mi catequesis: ¿Cómo fue la concepción humana del Hijo de Dios? ¿Cómo eligió Dios a María y no a otra mujer…? ¿Fue libre María al responder a los planes que Dios tenía sobre Ella? ¿Qué significa que María es llena de gracia? — A.C.

* * *

Son preguntas profundas, que gravitan en torno al gran misterio de la Encarnación del Señor en las entrañas de la Virgen María. Intentemos, en el Nombre del señor, abordarlas.

1. Concepción humana del Hijo de Dios. La clave de esta pregunta es la palabra “humana.” Si entendemos por concepción “humana” algo que sea como hemos sido concebidos los demás seres humanos, eso no es lo que nos enseña la Escritura ni eso es lo que creemos en nuestra fe. La concepción de Cristo no fue por relación íntima entre hombre y mujer: ese es el testimonio de la Escritura y negarlo significa simplemente rechazar lo que hemos recibido.

Nuestra fe proclama que hay hechos que superan a los principios y leyes que descubrimos en la naturaleza–y esto incluye lo propio de la concepción entre hombre y mujer. Tales hechos los solemos llamar “milagros” y la concepción de Cristo fue milagrosa en ese sentido. Si una persona no cree en milagros, esa persona no cree que Dios sea realmente Señor de la creación, o simplemente no cree en Dios. La conversación o discusión con esa persona debe entonces partir de la existencia y los atributos de Dios.

2. Elección de María, la Llena de Gracia. En toda elección, incluso puramente humana, entra una cantidad inmensa de consideraciones que no es fácil describir. ¿Quién por ejemplo podría dar las razones completas y definitivas por las que prefiere un color determinado, o un perfume específico? Cuando se trata de elegir personas, sea por agrado o por una misión particular, esas razones se hacen aún más difíciles de aclarar. Lo que sí está claro es que las voluntades de ambas partes entran en juego.

Es como una especie de danza o de espiral: hay una iniciativa de Dios, que otorga una bendición de amor a María y hay una respuesta generosa de María, que acoge, agradece y hace fecundo ese regalo del amor divino; a su vez, esta respuesta de María abre la puerta a una nueva acción y bendición de Dios, que suscita otra respuesta, que a su vez trae nuevas gracias y bendiciones. En el origen de todo este hermoso proceso místico está un primer querer de Dios, que en el fondo es tan inexplicable como todos los actos de su querer. Si nos preguntamos el por qué del amor sólo llegaremos a que el amor es respuesta de sí mismo, como dijo San Bernardo: “amor porque amo; amo por amar.”

Ahora bien, todo ese proceso tenía un propósito, un bien inmenso que no era solamente para ella: se trataba de nuestra redención. Quiero decir: Dios nos ama y espera respuesta de amor de todos nosotros, según la vocación que cada uno de nosotros tiene en su plan de salvación, pero lo que falla en nuestro caso es la lentitud y mediocridad de nuestras respuestas. Ninguno de nosotros es ni debe ser una repetición de María pero todos podemos aprender de ella y recibir de los bienes y gracias que Dios le otorgó, y que por su propio amor llegan también a nosotros en forma de una eficaz y continua intercesión.

Eso es lo que significa que ella es “llena de gracia”: que el amor de Dios hizo obra preciosa en ella, y que ella respondió a ese amor con generosidad, prontitud y perfección. Ella es llena de gracia porque esa especie de “diálogo de amor” entre ella y Dios no cesó nunca y fue cada vez más pleno y perfecto.

3. Libertad de María. Nosotros somos obra de Dios y Dios no se contradice. nuestra libertad, entendida como capacidad de desear y obrar según la la verdad que conocemos por la luz de la razón y la luz de la fe, es regalo de Dios. Y su gracia, su amor que nos visita y nos capacita, es también regalo suyo. Estos dones suyos no se contradicen sino que se complementan y fortalecen mutuamente: el llamado gratuito del amor de Dios encuentra respuesta en nuestra libertad, y nuestra libertad, al responder, se llena de mayor claridad y fuerza para mejor desear el bien que Dios le propone. Esto sucede en todos nosotros pero sucedió de un modo especial y eminente en la Santa Virgen María, de modo que ella obró con suprema y altísima libertad, escogiendo así lo que era, de modo absoluto, lo mejor para sí misma.

ROSARIO de las Semanas 20210505

#RosarioFrayNelson para el Miércoles:
Contemplamos los Misterios de la Infancia de Jesús

Usamos esta versión de las oraciones.

  1. En el primer misterio de la infancia contemplamos la Anunciación a María Santísima y la Encarnación del Hijo de Dios.
  2. En el segundo misterio de la infancia contemplamos la visita de la Virgen Madre a su pariente Isabel.
  3. En el tercer misterio de la infancia contemplamos el sufrimiento que pasó San José, y la fe amorosa que tuvo.
  4. En el cuarto misterio de la infancia contemplamos el Nacimiento del Hijo de Dios en el humilde portal de Belén.
  5. En el quinto misterio de la infancia contemplamos la Epifanía: Jesús es luz para las naciones, y así es adorado por unos magos venidos de Oriente.
  6. En el sexto misterio de la infancia contemplamos la Presentación del Niño Jesús en el templo de Jerusalén.
  7. En el séptimo misterio de la infancia contemplamos a Jesús Niño en el templo, ocupado de las cosas de su Padre del Cielo.

[REPRODUCCIÓN PERMITIDA – Este es un ejercicio privado de devoción “ad experimentum” en proceso de aprobación oficial. Puede divulgarse en las redes sociales, blogs, emisoras de radio, y otros medios siempre que al mismo tiempo se haga la presente advertencia.]

ROSARIO de las Semanas 20210504

#RosarioFrayNelson para el Martes:
Contemplamos los Misterios de la Antigua Alianza

Usamos esta versión de las oraciones.

  1. En el primer misterio de la Antigua Alianza contemplamos la paciencia de Dios, que no detuvo su amor ante el pecado de los hombres.
  2. En el segundo misterio de la Antigua Alianza contemplamos el camino de fe de Abraham.
  3. En el tercer misterio de la Antigua Alianza contemplamos el éxodo de la tierra de Egipto.
  4. En el cuarto misterio de la Antigua Alianza contemplamos el don de la Ley hecho a Moisés y a su pueblo junto al Monte Sinaí.
  5. En el quinto misterio de la Antigua Alianza contemplamos la gran promesa de Dios al rey David: que el cetro real no se apartaría de su descendencia.
  6. En el sexto misterio de la Antigua Alianza contemplamos la valiente vocación de los profetas, por quienes el Espíritu Santo nos habló de muchas maneras.
  7. En el séptimo misterio de la Antigua Alianza contemplamos a el pequeño resto de Israel, que permaneció fiel y fue semilla de la Nueva y Eterna Alianza.

[REPRODUCCIÓN PERMITIDA – Este es un ejercicio privado de devoción “ad experimentum” en proceso de aprobación oficial. Puede divulgarse en las redes sociales, blogs, emisoras de radio, y otros medios siempre que al mismo tiempo se haga la presente advertencia.]