Padre Nelson. Hoy, me encuentro cara a cara con el relato de Mateo en que dice que en el momento de la muerte de Jesús se abrieron los sepulcros y salieron santos resucitados que subieron a Jerusalén. Bueno. Cual es la doctrina oficial de la Iglesia y la suya. — E.Q.
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Ante todo; yo no tengo una doctrina “mía”: yo bebo de las fuentes que están abiertas para todos, es decir, de la enseñanza común de nuestra Iglesia Católica.
El texto al que te refieres es Mateo 27,50-53: “Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron; y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos.”
Los acontecimientos portentosos que aquí se describen habían sido anunciados por los profetas (véase por ejemplo Amós 8,9). Resulta difícil para nosotros tener una imagen completamente nítida de qué fue lo que sucedió y por eso algunos han querido presentar las cosas como si todo fuera una especie de expresión literaria sin verdadero fundamento. Pero este modo de ver las cosas presume injustificadamente que los autores antiguos vivían en un mundo fantasioso en que cualquier cosa podía decirse si sonaba agradable a los oídos. Es difícil creer que fuera tan pobre la estima de la realidad en aquellos hombres, dado que la persecución que pronto tuvieron que sufrir, y que incluía torturas horrendas y la muerte, no tenía nada de imaginaria. Es decir: creer en que Cristo puede resucitar muertos no es un asunto de entretenimiento literario: es la fe que se necesita para soportar perderlo todo, incluso la propia vida. Quien tiene ante sus ojos el dolor real y la muerte real no se va a contentar con relatos inventados o con fábulas agradables de leer.
Todo esto indica que debe haber alguna verdad, también real y verificable, detrás de una afirmación tan extraña (a nuestros ojos) como la que leemos en ese capítulo 27 de San Mateo: “se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a mucho.” Una cosa así no puede decirse sin que de inmediato alguien contemporáneo a esos textos pregunte: “¿Y conocemos a algunos de esos que se encontraron con muertos resucitados?” Si una persona está en el proceso de volverse cristiano, y esa persona sabe que en cuanto cristiano va a ser perseguido y torturado y posiblemente muerto, y le cuentan algo como esto de las resurrecciones de difuntos, ¿es creíble que esa persona siga adelante con su fe mientras sospecha que nada de eso en realidad sucedió? Y si la persona está convencida de que no hubo esas resurrecciones, ¿se sentirá inclinada a aceptar que Cristo SÍ resucitó de entre los muertos, de modo que vale la pena morir por Aquel que ha vencido a la muerte?”
Sólo queda entonces una posibilidad: hubo acontecimientos milagrosos en torno a la muerte de Jesucristo. Después de todo, eso no es tan extraño, una vez que sabemos que en vida Cristo realizó tantos milagros.
¿Qué pudo haber sucedido? Que pocos días después de la crucifixión, algunos parientes de personas que habían muerto tiempo atrás, se encontraron con que sus difuntos habían vuelto a la vida, a la manera como Lázaro también fue resucitado a esta vida, incluso después de que su cadáver ya “olía mal” (Juan 11,39). Estos hechos, absolutamente sorprendentes, ayudaron no poco a que muchos judíos se preguntaran de un modo nuevo y más profundo cuál era el misterio del Mártir del Gólgota, y de alguna forma prepararon el don de la fe en aquellas personas que unos días después, en torno a Pentecostés, abrazaron la fe con entusiasmo (Hechos 2,37-41).