Estoy seguro de que para muchas personas la Cuaresma es algo que de algún modo “no se ha ido” desde el año pasado. A punto de completar un año de dificultades, incertidumbres, pérdidas e información contradictoria, muchos pueden sentir que la “penitencia” no solo no se ha ido sino que, en cierto modo, se ha hecho más fuerte. Esto supone un desafío peculiar para nosotros, los creyentes.
En efecto, en cuanto hombres y mujeres, miembros de la gran familia humana, padecemos lo que todos padecen: también a nosotros nos llegan penurias económicas, incertidumbres de salud, duelo por los seres amados que hemos perdido. Pero es importante caer en cuenta de lo que nosotros sí tenemos, y los demás, no.
De ningún modo estoy quitando peso a aquello que nos agobia o entristece; simplemente invito a que no cerremos los ojos frente a los bienes que podemos tener: fe, oración, comunidad, lectura de la Palabra, acceso a los sacramentos. Es posible, incluso, que estas circunstancias nos lleven a apreciar más esos bienes que, en otro tiempo, daríamos simplemente por descontados.
Sobre la base de apreciar lo que hemos recibido, descubriremos también el hermoso deber de compartir algo de lo nuestro con los demás. En efecto, como dice el refrán, “la luz no disminuye al compartirla.” ¡Este es el tiempo para hacer realidad, cada uno desde su propia situación, lo que significan esas palabras!