Fray Nelson: el Papa Francisco ha publicado, con fecha 4 de Octubre de 2020, su tercera encíclica, Fratelli Tutti (FT). Una vez más, sus palabras levantan polémica en muchos sectores de la Iglesia, particularmente sectores que suelen considerarse “conservadores.” ¿Por qué cree Ud. que resulta tan polémico este Papa?
Creo que hay dos motivos principales. Primero, que el Papa toca temas de actualidad, temas que interesan a mucha gente y en los que hay muchos intereses involucrados. Y segundo, porque, también en FT, su lenguaje y sus posturas resultan ambiguas o insuficientes en temas esenciales.
¿Qué temas, concretamente, en el caso de FT?
Bueno, son varios. Primero, y lo más importante: el modo mismo de entender la “fraternidad.” Es una palabra que tiene gran atractivo; es un ideal por el que muchas personas apuestan, pero es también un concepto que tiene interpretaciones distintas y a veces contradictorias. No todo lo que lleve el título de “fraternidad” es, por ello mismo, automáticamente compatible con nuestra fe.
¿Está diciendo que hay una fraternidad que no es cristiana?
Estoy diciendo que hay modos de entender la fraternidad que no son compatibles con nuestra fe. Y también hay sentidos “débiles” y sentidos “fuertes” de fraternidad, según la fe que hemos recibido de los Apóstoles.
¿Puede explicarse mejor sobre la debilidad o la fortaleza de la fraternidad?
Claro. Según la Escritura hay una fraternidad “básica”, elemental, que es la que se da por el solo hecho de ser humanos. La podemos llamar: fraternidad “en Adán.” Y luego hay otra fraternidad, infinitamente superior, mejor y más fuerte, que es la que se da “en Cristo.” Si uno lee la Escritura, no puede dudar de que cuál es el ideal de fraternidad al que somos llamados.
¿Cuando Ud. dice “somos llamados” se refiere solamente a los cristianos o a todos los hombres?
¡Todos somos llamados a ser hermanos en Jesucristo!
Entonces, ¿cuál es la diferencia entre fraternidad en Adán y fraternidad en Cristo?
La fraternidad en Adán es algo que nos viene dado por el solo hecho de ser de la raza de Adán, es decir, se corresponde con la dignidad, los derechos y los deberes del ser humano, simplemente por ser humano. La fraternidad en Cristo brota del Evangelio: requiere los pasos propios de la predicación, la conversión y la fe. Es en la comunidad cristiana donde auténticamente podemos llamarnos “hermanos” porque reconocemos un mismo Padre, Dios Padre, que nos ha re-engendrado en su Hijo, por la gracia del Espíritu. Acogiendo a Cristo como Señor y recibiendo el Espíritu de adopción llegamos a ser en plenitud hijos de Dios.
¿Y los que no acogen ese Evangelio, por ignorancia o porque simplemente no quieren?
Esas personas conservan intacta su dignidad de seres humanos. merecen nuestro respeto, afecto, servicio, y sobre todo, nuestra oración y predicación.
¿No le parece que su mensaje es un poco elitista: como si hubiera hijos de primera e hijos de segunda clase?
Si fuera mérito humano, Ud. tendría razón. O si el ser hijo “de primera clase” estuviera reservado a unos pocos. Pero no es así. El ofrecimiento de Cristo es para todos. Como dice la Escritura: “¿Soy yo un Dios de cerca —declara el Señor— y no un Dios de lejos?” (Jeremías 23,23). Y en otra parte dice: “También escogió Dios lo más bajo y despreciado, y lo que no es nada, para anular lo que es, a fin de que en su presencia nadie pueda jactarse” (1 Corintios 1,28-29). Según este último texto, queda claro que no hay privilegio alguno, sino casi lo contrario: descubrir a Cristo como Señor y rendirse por la fe a su gloria es el “privilegio” de quienes reconocemos nuestra nada, nuestra indigencia y pecado. No hay fraternidad más amplia que esta.
Volvamos a FT. ¿Acaso esta encíclica de Francisco niega esa fraternidad nueva, la que se da en Cristo?
No la niega pero tampoco le da el lugar que le corresponde.
¿Por qué lo afirma tan categóricamente?
Porque cuando se habla de la fraternidad universal o de la amistad social, que es en la casi totalidad del texto, se presenta como fundamentada en la sola dignidad humana (es decir: “en Adán”). No aparece una invitación, que sería apenas natural, a ver esa fraternidad como un paso previo, provisorio, insuficiente, que mira a la verdadera y gran fraternidad, la que se da en Cristo.
Es decir, ¿Ud. esperaría que la encíclica dijera algo como: “Aprendamos a convivir y abramos las puertas a algo mejor y mayor que la simple convivencia”?
Exactamente. Yo no lo hubiera dicho mejor. Sus palabras me hacen recordar el gran lema y consigna del Papa San Juan Pablo II al inaugurar su pontificado: hablando a todos los pueblos, a todas las razas, a todas las culturas, dice: “¡Abrid las puertas al Redentor!” Por ahí empieza todo, desde la perspectiva cristiana.
¿Es decir que un cristiano no tiene espacio para una fraternidad si no es con gente que comparta su fe?
Me remito a las palabras que Ud. dijo antes. La fraternidad que un cristiano puede y debe tener con todo tipo de personas es esta: “Aprendamos a convivir y abramos las puertas a algo mejor y mayor que la simple convivencia.” Un cristiano sólo puede ser una invitación viva, permanente, convincente de que en Cristo “están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Colosenses 2,3). Si el cristiano–cualquier cristiano–no convoca así, con todo su amor hacia Cristo, de algún modo está fallando en su ser de cristiano. por algo dijo San Pablo: “¡Ay de mí si no evangelizare!” (1 Corintios 9,16). Los cristianos podemos aportar mucho al mundo pero nada podemos dar que sea de mayor valor que el mensaje de salvación en Cristo.
Su visión tan crítica de FT me obliga a preguntarle: ¿Hay algo bueno en esta encíclica de Francisco?
¡Por supuesto! Y antes de responder más directamente a su pregunta quiero decirle que el lenguaje y estilo de FT es de lo mejor que yo he visto en documentos pontificios.
No esperaba que dijera ese elogio. ¿A qué se refiere en concreto?
Lo explicaré de este modo. Siendo yo un adolescente tuve tiempos de bastante interés por la Iglesia. Pero al acercarme a los documentos “oficiales” de la Iglesia, encontré un vocabulario y estilo profuso y difícil de seguir. FT, en cambio, es muy legible. Parece una conversación con alguien lleno de sensatez. El pesar que siento es que no se haya aprovechado esta encíclica para dar el otro paso, que es indispensable, desde el punto de vista de nuestra fe, o sea, el paso a anunciar la fraternidad en Cristo, como por otra parte ya lo hemos comentado en esta misma entrevista.
Quedemos en los aspectos positivos. ¿Puede destacar algunos?
Con gusto destaco unos tres: (1) La afirmación clara de cómo, en el mundo actual, hay una mutua interdependencia entre países y culturas, en muchos niveles: político, económico, social (n. 96). (2) La denuncia del egoísmo neoliberal que aprueba el crecimiento indiscriminado de los bienes de los más ricos, bajo excusa de que, de alguna manera, esos bienes, por ejemplo tecnológicos, llegarán por “goteo” al resto de la población (n. 168). (3) La reafirmación de este planeta como nuestra “casa común” que por lo tanto está bajo cuidado y para el servicio de todos, incluyendo los más pobres y excluidos (n. 117).
¿Considera Ud. entonces que sería interesante hacer una especie de “segunda edición,” corregida y aumentada, de FT?
Con humildad, considero que sí, y creo que sería algo muy provechoso para la Iglesia y el mundo: plantear las necesidades y decisiones propias de la hora presente sin perder en dónde está lo propiamente cristiano, ya que, como he dicho, es nuestro deber, anunciar al mundo el tesoro de gracia que está en Cristo y sólo en Cristo. Quizás eso que Ud. llama “segunda edición” no lo hará el Papa Francisco pero ya sabemos que la vida de la Iglesia trasciende las particularidades de los Papas. Al final, habrá que gradecer a Francisco el bien que hizo y quiso hacer, y nuevos Pontífices sabrán usar adecuadamente esos bienes de enseñanza en favor de todos.
Gracias, fray Nelson.
Gracias a Ud. Dios nos bendiga a todos.