Llanto sobre las reducciones arruinadas

Llanto sobre las reducciones arruinadas

Los mayores sufrimientos, sin embargo, fueron los de los indios, que por esa causa quedaron abandonados sin pastor. De momento, continuaron las reducciones una vida precaria bajo diversas fórmulas sustitutivas: con clero secular o con otros religiosos, menos numerosos y preparados. Pero su decadencia fue inevitable, hasta que desaparecieron en las guerras de la independencia.

Evocaremos el dolor de los indios transcribiendo algunas partes de una Carta del Cabildo de la Misión San Luis Gonzaga dirigida al gobernador de Buenos Aires, marqués de Bucareli (Tentación 186-188; Lugon 207). Lleva fecha del 28 de febrero de 1768, poco después de que los jesuitas de aquella reducción, anticipándose a la expulsión, la abandonaran.

«Dios te guarde a ti que eres nuestro padre… Nos han escrito pidiéndonos ciertos pájaros que desean enviemos al Rey. Sentimos mucho no podérselos enviar, porque dichos pájaros viven en las selvas donde Dios lo crió y huyen volando de nosotros, de modo que no podemos darles alcance… Pedimos ahora que Dios envíe la más hermosa de las aves, que es el Espíritu Santo, a ti y a nuestro Rey para iluminaros y que os proteja el santo Angel.

«Llenos de confianza en ti, te decimos: Ah, señor Gobernador, con las lágrimas en los ojos te pedimos humildemente dejes a los santos padres de la Compañía, hijos de san Ignacio, que continúen viviendo siempre entre nosotros, y que representes tú esto mismo a nuestro buen Rey en el nombre y por el amor de Dios. Esto pedimos con lágrimas todo el pueblo, indios, niños y muchachas, y con más especialidad los pobres.

«No nos gusta tener cura fraile o cura clérigo… no han tenido interés por nosotros. Los padres de la Compañía de Jesús sí, que cuidaron desde el principio de nuestros antepasados, los instruyeron, los bautizaron y los conservaron para Dios y para el rey de España. Así que de ningún modo gustamos de párrocos frailes o de párrocos clérigos. Los padres de la Compañía de Jesús saben conllevarnos, y con ellos somos felices sirviendo a Dios y al Rey, y estamos dispuestos a pagar, si así lo quisiere, mayor tributo en yerba caamirí…

«Esto es la pura verdad, te decimos, y si se hace lo contrario, se perderá pronto este pueblo y otros pueblos también, para sí, para el Rey y para Dios, y nosotros caeremos en poder del demonio. Y entonces, a la hora de nuestra muerte, ¿a quién tendremos que nos auxilie? A nadie absolutamente…

«Por tanto, señor Gobernador bondadoso, haz como te suplicamos. Y que nuestro Señor te asista y te dé su gracia continuamente. [Siguen las firmas]» (Tentación 186-188).

Esta hermosa carta puede servir de epitafio para las reducciones guaraníes de los jesuitas.

El marqués de Bucareli, pensando quizá que el influjo de la Ilustración era para los indios más benéfico que el del Evangelio, puso gran empeño en procurar el bien de las reducciones, evitando abusos, y enviándoles administradores de Asunción, Corrientes, Villarica y de otras ciudades vecinas. Con ellos entraron en tromba hacendados y comerciantes, ansiosos por las riquezas de las reducciones, no tan inmensas como las forjadas en la leyenda, pero en todo caso sumamente apetecibles.

Como dice Jean-Paul Duviols, «raros eran los administradores de los pueblos que se abstenían de malversaciones y cohechos. La riqueza económica fue mucho peor administrada por los funcionarios reales de lo que había sido por los jesuitas. Aquéllos, considerando su gestión esencialmente como una fuente de beneficios inmediatos, practicaron un pillaje económico que empobreció progresivamente a los pueblos» (Tentación 56).

Las poblaciones misionales se fueron despoblando, se abandonaron las mejores tierras, cayeron en la ociosidad talleres y fábricas, y a los diez años de la expulsión de los jesuitas, sólamente en nueve reducciones había aún escuela. A principios del XIX, lo poco que quedaba de las reducciones fue arrasado en las guerras de la independencia. Es demasiado triste para ser contado… Quedan ahora, invadidas por la selva en muchos casos, las ruinas ciclópeas de las iglesias misionales, algunas galerías derrumbadas, restos de graneros y talleres… Estas ruinas son el testimonio patético de la victoria de la Ilustración sobre el Evangelio.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.