Los niños, ante todo
Pero vengamos a lo principal de las reducciones, a la formación cristiana integral de un pueblo nuevo. El padre Cardiel decía: «en la crianza de los muchachos de uno y otro sexo, se pone mucho cuidado. Hay escuelas de leer y escribir, de música y de danzas», y a ellas asisten los hijos de los caciques, mayordomos, cabildantes y principales del pueblo, «en su modo de concebir, y también vienen otros si lo piden sus padres. Tienen sus maestros indios; aprenden algunos a leer con notable destreza, y leen la lengua extraña mejor que nosotros. Debe de consistir en la vista, que la tienen muy perspicaz, y la memoria, que la tienen muy buena: ojalá fuera así el entendimiento. También hacen la letra harto buena» (115).
Especial cuidado se ponía en la educación cristiana de los niños. El Catecismo empleado era el dispuesto por el III Concilio Limense (1582-1583), y según las disposiciones conciliares que ya conocemos (342-344, 348) era enseñado en guaraní. Por cierto que las orientaciones de este sagrado Concilio influyeron en las reducciones más de lo que suele recordarse. En efecto, ya en este Concilio -como en el anterior de 1567- los Padres conciliares dieron a la evangelización de los indios una versión acentuadamente civilizadora: «que se enseñe a los indios vivir con orden y policía y tener limpieza y honestidad y buena crianza» (347), etc.
Un capuchino francés que visitó las reducciones, Florentin de Bourges, escribía en 1716: «La manera en que educan a esta nueva cristiandad me impresionó tan profundamente que la tengo siempre presente en el espíritu. Éste es el orden que se observa en la reducción donde me hallaba, la cual cuenta con alrededor de treinta mil almas. Al alba se hace sonar la campana para llamar a la gente a la iglesia, donde un misionero reza la oración de la mañana, luego de lo cual se dice la misa; posteriormente las gentes se retiran y cada cual se dirige a sus ocupaciones. Los niños, desde los siete u ocho hasta los doce años, tienen la obligación de ir a la escuela, donde los maestros les enseñan a leer y escribir, les transmiten el catecismo y las oraciones de la Iglesia, y los instruyen sobre los deberes del cristianismo. Las niñas están sometidas a similares obligaciones y hasta la edad de doce años van a otras escuelas, donde maestras -de virtud comprobada- les hacen aprender las oraciones y el catecismo, les enseñan a leer, a tejer, a coser y todas las otras tareas propias de su sexo. A las ocho, todos acuden a la iglesia donde, tras haber rezado la plegaria de la mañana, recitan de memoria y en voz alta el catecismo; los varones se ubican en el santuario, ordenados en varias filas y son quienes comienzan; las niñas, en la nave, repiten lo que los varones han dicho. A continuación oyen misa y después de ella finalizan el recitado del catecismo y regresan de dos a dos a las escuelas.
«Me conmovió el corazón presenciar la modestia y la piedad de esos niños. Al ponerse el sol se tañe la campana para la oración del atardecer y luego de lla se recita el rosario a dos coros; casi nadie se exime de este ejercicio y quienes poseen motivos que les impiden acudir a la iglesia se aseguran de recitarlo en sus casas… La unión y la caridad que reinan entre los fieles es perfecta; puesto que los bienes son comunes, la ambición y la avaricia son vicios desconocidos y no se observan entre ellos ni divisiones ni pleitos… Que yo sepa, no hay misión más santa en el mundo cristiano» (Tentación 130-136).
Ya en los primeros años se recogieron en las reducciones estos frutos impresionantes de cristiandad, sobre todo entre los niños, cuya transformación dejaba asombrados a sus propios padres. Así lo testimonia en 1636 el jesuita Nicolao Mistrilli: «cuando estas buenas gentes ven a sus hijos tan bien instruidos en la lectura, en la escritura, el canto, el manejo de los instrumentos, el baile al ritmo, que dan delante de ellos en público y en privado diversas pruebas de su satisfacción, ¡quién puede expresar la alegría que hay en sus corazones!… Veríais a unos prorrumpir en lágrimas de alegría; escucharíais a los otros dar a Dios mil gracias y agradecer a los padres con palabras llenas de afecto; a algunos regocijarse con sus hijos de haber venido al mundo en época tan venturosa» (Tentación 101).
Un nuevo pueblo cristiano
Las celebraciones religiosas eran frecuentes, y tan variadas y coloristas que apenas intentaremos describirlas, pues, al toque de las campanas, constituían un marco de vida permanente, lo mismo al levantarse que al finalizar el día, al ir al trabajo o al regresar de él, en los cantos y danzas: todo en las reducciones era vida explícitamente religiosa y cristiana.
Estos nuevos cristianos, dice el padre Mistrilli, confesaban con frecuencia sus pecados, y con «abundantes lágrimas. Salvo los muy jóvenes, todos son admitidos a la santa comunión, y es excepcional su devoción por la Madre de Dios, lo cual manifiestan rezando todos los días en su honor el rosario. Es admirable el fervor con que abrazan la Cruz y participan en las penas de la Santa Pasión, con castigos diversos y duros en Su honor» (102).
De pocos años después de 1700 proceden los siguientes testimonios. Mathias Strobel: «apenas se puede describir la honestidad y piedad edificante sobremanera con que se presentan los indios cristianos» (146). Anton Betschon, jesuita tirolés: «Nuestros indios imitan en la vida común a los cristianos primitivos del tiempo de los apóstoles» (129; +Maxime Haubert titula el cp. VII de su libro Una imagen de la primitiva Iglesia). El Obispo de Buenos Aires, en una carta a Felipe V: «Señor, en esas populosas comunidades compuestas de indios, naturalmente inclinados a toda suerte de vicios, reina tan grande inocencia, que no creo que se cometa en ellas un solo pecado mortal»
Chateaubriand cita esta carta en su Génie du christianisme, de 1802, donde dedica unos capítulos a las Missions du Paraguay (IV p., IV l., cpts. 4-5). Un verdadero milagro.
El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.