Los jesuitas en la ciudad de La Asunción

Los jesuitas en la Asunción

En 1586, procedentes del Brasil, llegan a Salta seis jesuitas -los padres Nóbrega, Nunes, Saloni, Ortega y Filds, y el hermano Jácome-, llamados por el primer obispo de Tucumán, el dominico portugués Francisco de Vitoria, aquel que tanto revolvió en el III Concilio de Lima, como ya vimos (345-347). Ortega, Saloni y Filds se quedan en la Asunción, y los otros dos padres parten hacia los indios de Guayrá, donde en un año bautizaron unos 6.500 indios.

Los jesuitas desarrollaron en la Asunción una gran labor religiosa, donde abrieron un colegio en 1585, y edificaron una hermosa iglesia diez años más tarde; pero pronto, sin embargo, tuvieron graves dificultades con españoles y criollos. El Padre Romero, nuevo superior (1593), renuncia a un terreno porque sólo podría mantenerse con el «servicio personal» de los indios, que él no quiere tener para no dar mal ejemplo.

En 1604 una predicación durísima del padre Lorenzana amenaza con la cólera divina a los pobladores de la Asunción que no dejen libres a unos indios capturados en una razzia. Con éstas y otras cosas, el apoyo de la ciudad a los jesuitas disminuye notoriamente y surgen hostilidades y calumnias. No obstante estas dificultades, el padre general Aqua-viva erige en 1607 la provincia jesuítica del Paraguay con 8 Padres, que siete años después serán ya 113.

Por otra parte, Ramírez de Velasco, gobernador de Tucumán, escribe por estos años al Rey pidiéndole que acabe con los innumerables abusos a que da lugar la encomienda. Felipe III ordena en 1601 la supresión del servicio personal de los indios en todas sus posesiones, y mediante nuevas cédulas reales, de 1606 y 1609, sigue exigiendo el desarrollo del sistema reduccional en las misiones, que ya había sido probado con éxito por fray Luis de Bolaños y sus hermanos franciscanos. Finalmente, el visitador real de la región, don Francisco de Alfaro, sugiere al padre Torres, primer provincial de los jesuitas, que vincule directamente a la Corona las comunidades misionales que se van formando, como así se hizo.

En estas acciones combinadas de funcionarios reales y de religiosos misioneros comprobamos una vez más que la obra misional de España en las Indias nació de una acción conjunta, protagonizada por los misioneros y apoyada por las autoridades civiles de la Corona, atentos con frecuencia a las responsabilidades religiosas implicadas en el Patronato Real.

Recordemos al paso que, junto a Ascensión, hacia 1600 un cristiano guaraní, llamado José, viéndose perseguido por un grupo de indios mbyaes, se escondió detrás de un árbol, y prometió a Dios hacer con aquel tronco una imagen de la Virgen si salvaba la vida. Sus enemigos pasaron de largo, y el indio José talló la imagen preciosa que hoy se venera en el grandioso Santuario de Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.