Hay quienes hablan y actúan como si la gravedad de los hechos que vivimos, a nivel mundial, tuviera que paralizar, no solo la economía, sino toda otra actividad que no sea investigar quién hizo el virus y qué hay detrás de las leyes promulgadas con motivo de este pandemia. Quienes así piensan intercambian mensajes con información altamente clasificada que “se filtró” y que permite–curiosamente–confirmar los más oscuros miedos. Así se instala un sistema que se retroalimenta: más noticias producen más pánico que a su vez reclama nuevas noticias. Y si las noticias no parecen confirmar lo que aquellos piensan, entonces es que “el gobierno no quiere que se sepa…”
Desde el principio he considerado que esa actitud no solo causa grave daño psicológico y espiritual sino que es muy poco práctica. Supongamos que el virus fue diseñado en un laboratorio de Wuhan, a media cuadra del mercado húmedo de la ciudad. ¿Qué se supone que debo hacer yo? ¿Denuncio al gobierno chino ante la ONU? ¿Cómo se traduce esa información (que es simplemente imposible de verificar) en acciones que transformen mi vida o hagan mejor la vida de las personas que están cerca a mí, sobre las que definitivamente SÍ tengo alguna influencia, para bien o para mal? La actitud cuasi-paranoica de los “investigadores aficionados,” por darles un nombre, no produce mucho más que… más cuasi-paranoia.
Frente a esa actitud “paranoica” yo, lo mismo que muchos otros amigos católicos, he tomado la actitud que llamo “constructiva,” y que se resume en estas tres frases:
1. Yo no necesito saber el origen del virus para entender que SIEMPRE estoy llamado a mi conversión, a hacer más oración y a buscar medios reales para apoyar y ayudar a los demás: se llama amor a Dios y al prójimo.
2. Si el demonio, o el Nuevo Orden Mundial, o quien sea, ha planeado esto para desgracia nuestra, nuestra respuesta es crecer tanto en fe y tanto en amor, que los poderes de las tinieblas entiendan que con nosotros FRACASARON.
3. La fe cristiana ha demostrado ser una fuerza incontenible que transforma las dificultades en oportunidades, y las limitaciones en renovaciones. ¿Qué es entonces lo bueno de este tiempo extraño en que estoy viviendo? ¿Qué tiempo me dolería, en el futuro, como tiempo perdido si no aprovecho este momento que Dios me concede?