ROSARIO de las Semanas 20191024

#RosarioFrayNelson para el Jueves:
Contemplamos los Misterios de la vida pública del Señor

Usamos esta versión de las oraciones.

  1. En el primer misterio de la vida pública contemplamos a Jesús, que es bautizado por Juan en el Jordán y recibe la unción del Espíritu Santo.
  2. En el segundo misterio de la vida pública contemplamos que el diablo tienta a Jesús en el desierto pero al final tiene que retirarse derrotado.
  3. En el tercer misterio de la vida pública contemplamos las bodas en Caná de Galilea, donde Cristo dio su primera señal como Mesías.
  4. En el cuarto misterio de la vida pública contemplamos a Jesús, que predica la Buena Nueva a los pobres.
  5. En el quinto misterio de la vida pública contemplamos a Jesús, que llama a algunos discípulos para que estén con él y sean sus apóstoles.
  6. En el sexto misterio de la vida pública contemplamos la transfiguración del Señor, verdadero anuncio de su pasión y de su pascua.
  7. En el séptimo misterio de la vida pública contemplamos la institución de la Eucaristía y el mandamiento de amar como Jesús nos ha amado.

[REPRODUCCIÓN PERMITIDA – Este es un ejercicio privado de devoción “ad experimentum” en proceso de aprobación oficial. Puede divulgarse en las redes sociales, blogs, emisoras de radio, y otros medios siempre que al mismo tiempo se haga la presente advertencia.]

Caridad de San Pedro Claver para con los enfermos y muertos

Enfermos y muertos

El padre Antonio Aristráin, historiador, dice: «No sabemos si en la historia de la Iglesia se hallan prodigios de caridad corporal como los que se cuentan de este santo varón». Cuando el padre Claver, tras diez horas de trabajo durísimo, después de haber agotado a varios intérpretes, regresaba extenuado a la portería, encontraba en ella a veces una nueva solicitación urgente, a la que siempre se mostraba dispuesto: «Precisamente llegáis en buena hora, tengo un rato perfectamente desocupado». Y allá se iba, vacilante, envuelto en su manteo raído, sacando fuerzas sólo de Cristo.

El manteo del padre Claver llegó a ser famoso, y de él se habla en el proceso más de trescientas veces. Con él envolvía a los enfermos mientras les arreglaba el catre, con él cubría a las negras cuando las confesaba, con él secaba el sudor de los enfermos… Cuenta un intérprete que hubo día en que fue necesario lavarlo siete veces. Aquel manteo, de color ya indefinido, que él vestía sin repugnancia alguna, envolviendo y cubriendo a los miserables, no era sino un signo gráfico de su amor sin medida.

Todo lo que San Pedro Claver pretendía era, precisamente, esto: manifestar y comunicar el amor de Cristo a los hombres. Para eso servía y limpiaba a los enfermos, los abrazaba y los llevaba en sus brazos. Para eso, barría las salas escoba en mano, hacía las camas, servía de comer, fregaba los platos, abrazaba a los apestados, y llegaba a besar -muchas veces lo hizo- las llegas de los leprosos. Sus colaboradores, a veces, se le echaban atrás, vencidos por la repugnancia, y el padre trataba de retenerles. A una intérprete biafara que en una ocasión se le echaba atrás, le dijo: «Magdalena, Magdalena, no se vaya, que éstos son nuestros prójimos redimidos con la sangre de Nuestro Señor Jesucristo».

El lugar preferido de Claver, donde tenía su querencia, era el hospital de San Lázaro, que acogía unos 70 leprosos. Para éstos guardaba los obsequios mejores que le hacían. A uno, especialmente repugnante, a quien nadie se le acercaba, le ponía sobre sus rodillas para confesarle. Con estos enfermos extremaba la expresión física de su cariño, y cuando trataba con ellos, los abrazaba siempre uno a uno. Eran los momentos en que su rostro, habitualmente triste, brillaba de alegría. Pocos días antes de morir, estando impedido de pies y manos, allá quiso ir, a San Lázaro, a despedirse de sus leprosos.

A los negros difuntos les conseguía mortaja y ataud, cirios y un entierro religioso digno, cosa que conmovía especialmente a los esclavos, que se veían tan abandonados. «Una pobre esclava llamada Magdalena, de la casta Brau, murió en tal pobreza que no tenía ni ataúd ni paño de difunto. Acudió Claver, recitó los responsos, extendió su manteo, tomo el cadáver y lo puso sobre él, asistiendo con una vela en la mano hasta el final de la ceremonia».


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.