El misterio de la Cruz, en San Pío y en nosotros

En nuestra época el Padre Pío es altamente conocido y amado en amplios círculos del mundo católico. Su vida extraordinaria en medio de la más profunda sencillez, la abundancia de milagros que rodearon su vida y el increíble impacto que tuvo en tantas personas producen fascinación e inspiran devoción en muchas personas, y por supuesto, esos frutos espirituales son de agradecer a Dios.

Sin embargo, podría pasarnos con este grande y humilde santo lo mismo que a veces ha sucedido con Francisco de Asís: una mirada superficial se queda con el Francisco puramente ecológico, poeta, buen mozo y buena persona, pero lo grandioso y valiente de sus opciones se nos pierde de vista.

Con el Padre Pío podría pasar lo mismo: sus frases célebres, que tanto se difunden por Internet, incluso confundiendo lo que sí dijo con lo que nunca dijo, al final nos presentan un perfil que, sin ser falso, deja por fuera al gran amor y el gran camino de su vida: la Cruz.

La raíz de la santidad de Pío de Pietrelcina es el amor, por supuesto, pero aor que lleva el sello más profundo que ningún amor puede tener, es decir, la perfecta identificación y fusión con el amado. Y si el Amado es Cristo, tal identificación lleva al camino de la Cruz porque la Cruz es el “amor más grande” de Jesucristo, allí donde Él dio toda su vida.

Si le quitamos el misterio de la Cruz a Cristo, solo nos queda un predicador “buenista,” cuyas propuestas son semejantes pero incluso menores a las de cualquier motivador actual porque los motivadores actuales hacen sus propuestas en términos de ganancias, mientras que Cristo tiene otra clase de “propuestas” como por ejemplo: amar a los enemigos y rezar por los que nos persiguen; o perdonar “setenta veces siete.”

Así como al quitar la Cruz al crucificado nos queda una figura descolorida, y en el fondo, inútil, así también, si apartamos el misterio de la Cruz de las vidas de los santos lo que quedan son anécdotas y frases motivacionales que no van a tener en nosotros el fruto que los mismos santos hubieran deseado. Lo que ellos más anhelan es que nuestra vida reciba y abrace el misterio del amor más grande: el misterio de la Cruz. Fue ese el anhelo de San Pío, el de San Francsico y el de todos los santos.