¿Hasta cuándo?

Hace poco hablaba con alguien sobre la cantidad de cosas absurdas que suceden en nuestro tiempo, especialmente aquellas que están conectadas con la ideología de género. Coincidíamos en una pregunta: ¿hasta cuándo?

La sensación que uno tiene es como si el mundo hubiera entrado en una especie de locura colectiva que lleva a situaciones tan ridículas como la de aquel hombre argentino que quería pensionarse a la edad de las mujeres. En efecto, en muchos países la edad para jubilarse o pensionarse es menor en las mujeres que en los hombres. Pues este hombre no tuvo inconveniente en declararse mujer para así poder pensionarse a una edad más temprana. Todo el mundo se da cuenta de lo ridículo que eso es y sin embargo ¡sucede! Por eso la pregunta: ¿hasta cuándo?

Esa pregunta tiene características dramáticas cuando uno tiene que escuchar el sufrimiento de las mujeres que ven entrar varones en los cuartos de baño o en los vestidores o en otras zonas tradicionalmente reservadas para ellas mujeres, y no pueden oponerse porque esos hombres, que muchas veces van con intenciones sucias, están simplemente ejerciendo una supuesta “libertad” para escoger su “género” aunque sólo sea por los 5 minutos que van a estar en ese lugar.

Es importante comprender que el absurdo no se frena por sí mismo y que el bien no triunfa por su sola coherencia intrínseca. Como decía un monumento a los héroes de la Primera Guerra Mundial: “Los principios no se defienden ellos mismos.” Alguien tiene que hacer algo. Cuando un objeto está cayendo tiene que tocar fondo para poder detenerse. Aquellos que piensan que la sociedad encontrará el equilibrio como por sí misma son ilusos o cómplices del actual sistema social.

Según mi entendimiento, hay tres modos de impacto sociales que tienen notable capacidad para frenar la insensatez colectiva.

El primero son las protestas masivas cuando se dirigen a personas públicas específicas. Hay que darse cuenta que movimientos como la ideología de género no pueden sobrevivir sin apoyo estatal. Pero el Estado no puede sobrevivir si pierde representatividad. La verdad es que la mayoría de nuestros políticos son seres egoístas, centrados en sus intereses, y por ello bastante miedosos. Cuando un político se da cuenta que se le está haciendo seguimiento a su gestión, sus promesas y proyectos, empieza a tomar mucho más en serio su responsabilidad. Sólo el político que se siente vigilado será receptivo al mensaje de las manifestaciones masivas. Si no se da esta condición, la sola multitud de gente en la calle no cambiará las cosas; pero si se da la condición de vigilancia, la manifestación pública masiva tiene gran poder.

Otro freno que puede cambiar las cosas frente a tanta insensatez sucede cuando se dan asociaciones desde la base de la sociedad, especialmente aquellas que involucran a los padres de familia. Si un papá y una mamá se oponen a que su hijo reciba adoctrinamiento sexual en la escuela, seguramente terminarán perdiendo la custodia de su hijo y por supuesto perdiendo lo mucho que quisieron construir desde el punto de vista moral en ese hijo. Pero si no hablamos de un papá y una mamá sino que hablamos de muchísimos papás y mamás entonces las cosas cambian. Supongamos, por ejemplo, que un colegio organiza una jornada de adoctrinamiento sexual para niños de escuela primaria y cuando llega el día, de 30 niños no llegan 28 o 29 porque sus papás se han puesto de acuerdo para impedir que les arrebaten el derecho de ley natural de ser los primeros educadores morales de sus hijos. Lo que normalmente sucederá entonces es que la escuela no se atreverá a dar el taller sólo para un niño o dos; será entonces muy difícil quitar la custodia a 29 familias de 30 en ese curso. La idea se entiende: las asociaciones civiles robustas, bien informadas, coherentes en su actuar, son capaces de poner frenos. Y si esas asociaciones se sostienen firmes, llegará un punto en que los políticos los tomen en serio y eventualmente se produzcan cambios en la legislación.

En tercer lugar, quiero mencionar lo que pueden hacer las redes sociales. Es un tema complejo porque, en cuanto plataformas que dan o quitan poder, las redes sociales–ya lo sabemos con claridad–no son neutras: tienen su propia agenda y responden a los intereses políticos y económicos que van en la línea del Nuevo Orden Mundial. Y sin embargo, no se debe despreciar lo que sucede en las redes sociales porque los testimonios de aquellas personas que pueden formar opinión pública logran tocar vidas que de otra manera nunca hubieran sido tocadas. La verdad es que una gran parte de nuestros jóvenes están más atentos al impacto de influencia de estas “celebridades” que a la finura y contundencia de un buen argumento; por eso los testimonios de estas celebridades–cuando son coherentes y cuando tienen algo importante que decir–pueden llegar a hacer una diferencia, sino de otra manera, sí alimentando los movimientos y las asociaciones de las que hemos hablado antes.

En cualquier caso, algo que debe quedarnos claro: las cosas no van a mejorar en el corto plazo. Todos debemos estar preparados anímica y espiritualmente para un combate prolongado, con avances y retrocesos, con esperanzas y desengaños. Sin embargo tenemos grandes aliados, empezando por Dios, nuestro Señor. Aunque parezca improbable, la lógica y la realidad–que es tozuda–están de nuestra parte y el triunfo, aunque no esté cercano, no es inalcanzable.