Ante la santidad, el demonio se ve obligado a actuar directamente

Aquel fraile debilucho y sin salud se mostraba bastante más fuerte de lo que parecía a primera vista, y desde luego bastante más eficaz en el apostolado de lo que cualquier previsión humana hubiera podido pensar. Así las cosas, el demonio se vio obligado a tomar cartas directamente en el asunto. Trató de intimidarle con visiones, con golpes y con ruidos horribles, sin conseguir nada. Suscitó contra fray Luis persecuciones de los indios y de los blancos, de los malos y también de los buenos, con resultados nulos. Atentó contra su honra gravemente, levantó terribles calumnias contra su castidad, y en más de una ocasión le envió alguna mujer para que le tentase, sin conseguir de fray Luis otra cosa sino que se encerrase en la iglesia para azotarse a conciencia.

Pero quizá la peor tentación del demonio se produjo cuando un falso ermitaño le hizo llegar mensajes descorazonadores: «Os tengo que decir de parte del Señor, que os ha de persuadir a volver a Valencia, de donde jamás teníais que haber salido. Si permanecéis más tiempo aquí, no sólo será nulo vuestro trabajo, sino que peligra vuestra eterna salvación». Sólo una luz del cielo pudo salvar de esta asechanza el corazón de fray Luis, que ya por temperamento era inseguro y atormentado, y que una y otra vez se preguntaba acerca de su propia salvación. El santo, llevado a este límite, se refugió en Cristo, hizo la señal de la cruz, y el falso ermitaño huyó «dando espantosos aullidos, como de lobo».


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.