Cuando una persona persona no tiene preocupaciones reales, serias, de impacto social genuino, tarde o temprano empieza a inventarse preocupaciones y a desarrollar obsesiones sobre cuestiones que, objetivamente hablando, son mucho menores e incluso triviales. Así por ejemplo, no es despreciable el número de señoras que, descargadas de toda preocupación que valga la pena, se vuelven hipocrondríacas; o aquellos hombres que se obsesionan con sus carros o que desarrollan diversas paranoias simplemente porque su mente necesita ocuparse en algo.
Tenemos también a las chicas burguesas, sobreprotegidas, mimadas en lo material pero sin cultivo serio en lo intelectual o menos aún en lo espiritual. Son las típicas, que un día descubren que es “revolucionario” pintarse de verde los pelos de las axilas, y dejarlos crecer hasta el nivel “chofer de camión,” y juzgan que con eso ya están haciendo algo valiente y original. Por su parte, otros muchachitos van y destrozan unos cuantos bienes de uso público, gritan unas cuantas groserías, y ya con eso sienten que han dejado un precedente como para partir en dos la historia de la humanidad.
Lo que falta en esas vidas es una cuota considerable de verdad. ¡Cuánta generosidad desperdiciada! ¡Cuánto talento, cuánta creatividad convertida en homenaje estúpido al nihilismo y la anarquía! ¡Cuántas ganas de ser usados por los avivatos de turno, que ya los pondrán a vociferar contra la Virgen o a favor del aborto!
Todo empieza con una historia de papás cargados de sus propios intereses, faltos de tiempo y sin un Norte para dar, junto con el amor, los principios básicos de comportamiento a sus hijos e hijas. Les llenaron de aparatos, pantallas, juguetes caros y experiencias precoces y mal digeridas. La complejidad del desarrollo afectivo y psicológico humano les abrumó con miedo, pereza y falta de rumbo, y al final creyeron que la resignación y una serie de pactos de perdedores era lo único que se podía lograr.
Pero no tiene por qué seguir siendo así. El cambio puede empezar y ha empezado de hecho en muchos jóvenes que quieren apostar por relaciones más significativas y serias. A esas semillas de bien y de verdad debemos acompañarlas con nuestra voz de ánimo, nuestro tiempo y nuestras oraciones. Serán estos los jóvenes capaces de plantearse no solo por qué hay plástico en el océano sino por qué hay basura en tantas almas. Ellos serán capaces de protestar en la calle pero también de ser esposos fieles, mamás felices, buenos ciudadanos, gente crítica y a la vez capaz de aportar más soluciones que gritos destemplados.
Si ves uno de esos jóvenes cerca de ti, sobre todo en tu casa, no dejes que se pierda la luz de verdad y bondad que hay en su mirada.