Crecí en una parroquia de Bogotá que lleva por nombre “La Anunciación.” Recuerdo en especial a algunos de nuestros párrocos: Alvaro Fandiño Franky, y luego quien estuvo muchos años, Jaime Hoyos Sáenz.
Como en estos tiempos solo se mencionan las palabras “niño” y “sacerdote” en la misma frase si también están las palabras “escándalo” y “abuso”, es mi deber, y lo hago con gusto, recordar en voz alta el bien que tantos sacerdotes ejemplares, como los ya mencionados, tuvieron en la formación de mi carácter, mi fe y mi vocación.
Es una terrible injusticia que la labor heroica, silenciosa, perseverante de tantos hombres buenos sea olvidada a propósito de modo que los peores sentimientos se levanten contra la Iglesia de Cristo. Una mirada más reposada y sobre todo más justa siempre revela que la norma ha sido buscar el bien, como yo lo recibí de niño tantas veces, y que la excepción han sido los lamentables casos que hoy nos duelen a todos.
Desde aquí quiero saludar con gratitud a tantos sacerdotes generosos y quiero decirles que muchos de nosotros tenemos suficiente memoria como para no dejarnos arrastrar por la injusticia. Dios bendiga a los hombres de Dios.