Todos hemos de alegrarnos de que haya acuerdos de paz entre quienes nos decimos creyentes. Es evidente el daño y escándalo que se produce cuando, en Nombre de Dios, se tortura, destruye o mata.
Una alegría adicional es que, en temas de tanta actualidad, como la defensa de la vida en sus primeras fases, se pueda alcanzar un entendimiento, e incluso una alianza, que haga causa común frente a todos aquellos que quieren triturar o disolver el modelo de familia querido por Dios, el mismo que complementa de modo hermoso los dones propios de la pareja en cuanto a su unidad y fecundidad. Todo eso es bello.
Hay que tener cuidado sin embargo, no sea que los bienes conseguidos con gran dificultad oscurezcan el valor de otros bienes inmensos. Entendernos bien con cristianos no-católicos, o entendernos bien con los musulmanes, en los temas ya dichos, no significa una renuncia al sagrado y hermoso deber de presentar siempre íntegra nuestra fe cristiana y católica.
El mismo impulso de amor que nos lleva a buscar un buen entendimiento con los no-creyentes, o los no-cristianos, nos lleva también a desear que ellos participen de los mismos bienes de fe que nosotros, sin mérito propio, hemos recibido.
Por eso, porque los amamos, queremos presentarles no solo un entendimiento para sobrevivir juntos en esta tierra sino un camino para gozar la plenitud de la visión divina en el Cielo.