Fray Medina: he visto muchas de sus respuestas y le agradezco el tiempo que usted invierte en instruirnos sobre tantos temas. Yo soy un hombre mayor que parece que tiene cada vez menos paciencia cuanto más pasa el tiempo. por ejemplo, yo no entiendo por qué la Iglesia no tiene una posición unificada sobre una cantidad de temas. En Colombia estuvo en discusión el famoso “proceso de paz” y uno podía oír que un obispo decía una cosa, y otro, otra. Lo mismo veo que pasa, y que es prácticamente la norma en asuntos de sociedad y de política. Con todas estas protestas en Francia, ¿no hay una postura de la Iglesia? ¿Ls de los chalecos amarillos tienen razón, sí o no? ¿Y la guerra en Yemen? ¿Y los ataques en Gaza? ¿Qué es eso, fray Medina, es falta de interés o falta de valentía? Perdóneme si soy demasiado franco. — E. H.
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Hay varias cosas que debemos tener en cuenta. La Iglesia puede y debe tener una postura clara, unificada y fuerte en algunos asuntos pero no puede pedir ni se le puede pedir unanimidad en absolutamente todos los temas.
Como una guía práctica: lo que usted encuentre de fe y de moral en el catecismo de la Iglesia, el de San Juan Pablo II, tiene una solidez tal que es temerario y a menudo herético apartarse de ahí. Negar la presencia de Cristo en la Eucaristía o negar que la práctica homosexual es un desorden moral intrínseco es ir en contra de ese Catecismo, que recoge la mayor parte de lo mejor de la enseñanza de la Iglesia a lo largo de siglos y siglos.
Pero no todos los temas tienen el mismo carácter que podemos describir como “blanco/negro” o “verdadero/falso.” Esto se nota especialmente en las opciones políticas. Un ejemplo: En cierto país se presentan dos candidatos. Uno es pro-aborto pero parece creíble que implementará políticas de equidad social razonables (excepto para los niños que va a asesinar); otro es anti-aborto pero claramente ve la política como un negocio para su ganancia personal y para los de su familia y su clase social. Es evidente que la gravedad del crimen del aborto hace que uno rechace a semejante candidato pero uno también sabe que si el otro queda elegido producirá injusticia y muerte. Aunque en este ejemplo todavía es posible tomar una decisión fundamentada moralmente, uno ve que la decisión no es tan sencilla.
Y las cosas pueden complicarse mucho más. ¿Es válida una protesta social? En principio, sí. Pero, ¿qué pasa si la protesta produce pérdidas millonarias, muchos heridos y unos cuantos muertos? ¿También ello se justifica? Es este el punto en que uno tiene que sopesar muchos aspectos con las limitaciones terribles de no tener información completa o del todo fiable; saber que hay muchos intereses implicados; saber que se han intentado vías legales, sin éxito; saber que en estos casos también hay accidentes. No es extraño entonces que la valoración, bien intencionada, de diversas personas, puede ser distinta. Hay muchas cosas que uno ignora; hay muchas variables impredecibles; hay muchos bienes inciertos; hay bastantes males ocultos. Lo que se puede hacer es tratar de formular un juicio prudencial, a partir de la información que cada quien tiene y de las suposiciones razonables que cada uno logra. Y es muy posible que entonces la valoración final no coincida, incluso entre personas que son bien formadas en la fe y que, como he dicho, tienen recta intención.
Hay otros ejemplos que son menos dramáticos pero que también ayudan a entender por qué en ciertos casos hay una diversidad plenamente legítima en las opiniones. Recuerdo el caso de una comunidad de religiosas. Ellas tenían un hábito de color oscuro, muy hermoso y tradicional pero seriamente incómodo para clima caliente. Cuando hicieron una fundación en un lugar con estaciones muy marcadas, algunas de entre ellas propusieron usar un hábito con el mismo diseño pero con otro material de tela y color muy claro, para los meses del duro verano que hay en aquel sitio. Como es razonable suponer, las opiniones estaban divididas. Algunas decían que ese sacrificio era un homenaje a Cristo y que lo correcto era seguir en toda época del año con el hábito de tela gruesa y caliente. Otras, que ya habían sufrido duras dermatitis y otros malestares, decían que no tenía sentido inutilizarse así durante tanto tiempo y que Cristo, más que esa clase de sacrificios, seguramente quería un mayor y mejor servicio a las personas necesitadas. Y agregaban que ellas ni siquiera estaban pidiendo cambiar el hábito sino solo tela y color. Tal vez a uno desde fuera le resulta fácil opinar y mandar desde lejos, por aquello que dijo Cristo: “lían cargas pesadas y se las ponen a otros en los hombros” (véase Mateo 23,4). Es en cambio difícil que, después de tomada una decisión, todos queden contentos. Pero claramente es ilógico pensar que en casos como estos hay una posición que está perfectamente correcta y otra que está absolutamente equivocada. Así que no es correcto pensar que en todo se puede pedir unanimidad.