BIBLIA COMENTADA 015: La descendencia de Set

El lector atento del sagrado texto habrá notado en los tres capítulos precedentes (c.2-4) la riqueza, variedad y colorido de su estilo. En él se revela el autor sagrado como poeta realista, psicólogo profundo y profeta iluminado de Dios. En el c.5, en cambio, fácilmente echaremos de ver la semejanza con el c.1 en la uniformidad de estilo y en su esquematismo. Con este capítulo, al autor sagrado quiere cubrir el largo espacio de tiempo que media entre la creación del cielo y de la tierra y el diluvio.

En el c.4 hemos visto el catálogo de los descendientes de Caín según las tradiciones antiguas. En el c.5 encontramos el catálogo de los descendientes de Set, que es esquemático y reflexivo. En este c.5 se designa a Dios con el nombre de Elohim, como en el c.1. Abundan las frases estereotipadas y la repetición.

1 Este es el libro de la descendencia de Adán. Cuando creó Dios al hombre, le hizo a imagen de Dios” 2 Hízolos macho y hembra, y les bendijo, y les dio al crearlos el nombre de hombres. 3 Tenia Adán ciento treinta años cuando engendró un hijo a su imagen y semejanza, y le llamó Set; 4 vivió Adán, después de engendrar a Set, ochocientos años, y engendró hijos e hijas. 5 Fueron todos los días de la vida de Adán novecientos treinta años, y murió. 6 Era Set de ciento cinco años cuando engendró a Enós; 7 vivió, después de engendrar a Enós, ochocientos siete años, y engendró hijos e hijas. 8 Fueron los días todos de su vida novecientos doce años, y murió. 9 Era Enós de noventa años cuando engendró a Cainán; 10 vivió, después de engendrar a Cainán, ochocientos quince años, y engendró hijos e hijas. 11 Fueron todos los días de la vida de Enós novecientos cinco años, y murió. 12 Era Cainán de setenta años cuando engendró a Malaleel; 13 vivió, después de engendrar a Malaleel, ochocientos cuarenta años, y engendró hijos e hijas. 14 Fueron todos los días de su vida novecientos diez años, y murió. 15 Era Malaleel de sesenta y cinco años cuando engendró a Yared. 16 Vivió, después de engendrar a Yared, ochocientos treinta años, y engendró hijos e hijas. 17 Fueron todos los días de su vida ochocientos noventa años, y murió. 18 Era Yared de ciento sesenta y dos años cuando engendró a Henoc; 19 vivió, después de engendrar a Henoc, ochocientos años, y engendró hijos e hijas. 20 Fueron todos los días de su vida novecientos sesenta y dos años, y murió. 21 Era Henoc de sesenta y cinco años cuando engendró a Matusalén. 22 Anduvo Henoc en la presencia de Dios, después de engendrar a Matusalén, trescientos años, y engendró hijos e hijas. 23 Fueron todos los días de la vida de Henoc trescientos sesenta y cinco años, 24 y anduvo constantemente en la presencia de Yahvé, y desapareció, pues se lo llevó Dios. 25 Era Matusalén de ciento ochenta y siete años cuando engendró a Lamec; 26 vivió, después de engendrar a Lamec, setecientos ochenta y dos años, y engendró hijos e hijas. 27 Fueron todos los días de Matusalén novecientos sesenta y nueve años, y murió. 28 Era Lamec de ciento ochenta y dos años cuando engendró un hijo, 29 al que puso por nombre Noé, diciendo: “Este nos consolará de nuestros quebrantos y del trabajo de nuestras manos por la tierra que maldijo Yahvé.” 30 Vivió Lamec, después de engendrar a Noé, quinientos noventa y cinco años, y engendró hijos e hijas. 31 Fueron todos los días de Lamec setecientos setenta y siete años, y murió. 32 Era Noé de quinientos años, y engendró a Sem, Cam y Jafet.

El autor sagrado, en esta genealogía seca y descarnada, nos quiere trazar la línea descendente desde Adán a Noé, que va a ser el héroe del diluvio. Pero el hagiógrafo prescinde totalmente de la línea de los cainitas, a los que ni siquiera menciona. Sólo le interese la línea de Set, que en el relato anterior representaba a los buenos, frente a los degenerados y malos, descendientes de Caín. La historia bíblica, pues, es artificial y fragmentaria, ya que el hagiógrafo selecciona sólo los hechos y personajes que interesan a su narración de la “historia de la salvación.” La prehistoria bíblica (los once primeros capítulos del Génesis) está concebida como preparación para la historia de Israel, instrumento providencial — en la mente del hagiógrafo — en la historia de la humanidad en orden a su salvación.

El autor sagrado tiene especial interés en empalmar al primer hombre con Dios, su Creador, hecho a “imagen” suya (v.1). Es la idea de 1:27. E insiste en la bendición que Dios dio a la primera pareja humana en orden a la procreación y propagación de la especie (v.2). En los planes divinos, la humanidad fue creada desde el principio en su distinción de sexos (“macho y hembra”) en orden a la transmisión de la vida. Después de dejar asentado esto, empieza la enumeración de los descendientes de Adán que le interesan para trazar la ascendencia de Noé y de Abraham, padre del pueblo hebreo. Es de notar que el primer hijo de Adán (Set) es engendrado “a imagen y semejanza” de su padre. La frase recuerda la de 1:27, donde se dice que el hombre ha sido formado a “imagen y semejanza” de Dios. Era una criatura excepcional, dotada de razón y voluntad, y en eso se parecía a su Hacedor, distanciándose por ello de los demás animales. Ahora el hagiógrafo dice que esa “imagen y semejanza” se transmitió a los descendientes de Adán: todos los hombres, pues, en adelante serán a “imagen y semejanza” de Dios, ya que lo son de Adán, que a su vez lo es de Dios. Vemos aquí una alta idea teológica y psicológica. Sólo en el primer eslabón se repite esta frase misteriosa, pero llena de contenido doctrinal. En los restantes anillos de la cadena se limitará a emplear la palabra engendrar. En esta genealogía es el padre el que impone el nombre al hijo. El esquema genealógico es el mismo en todos. En el texto griego de los LXX se atribuyen un centenar de años más a cada uno de los patriarcas en el momento de engendrar a su hijo. Los nombres son hebreos o hebraizados1. El número de años de Henoc es de trescientos sesenta y cinco, justamente el número de días del año solar2. Es el que menos vivió de la lista, si bien es también el único del cual no se dice que murió: desapareció, pues se lo llevó Dios (v.24). De él sólo se dice que anduvo en la presencia de Dios, frase que se aplicará en el capítulo siguiente al justo Noé .3 La expresión se lo llevó Dios aparece de nuevo en el caso de la desaparición misteriosa de Elías. 4 En la epístola a los Hebreos se dice: “No fue hallado, porque Dios le trasladó.”5 Los LXX dicen lo mismo: “No fue hallado, porque Dios le transportó.”6 El Eclesiástico: “Henoc fue grato a Dios y trasladado.7 Y añade que “fue un ejemplo de conversión para todas las generaciones.”8 Existe un libro apócrifo que lleva el nombre de Henoc, el cual habla de las leyes de los astros. El autor sagrado alude a la desaparición misteriosa del justo Henoc, como lo dirá más tarde del profeta Elías. 9 En realidad no sabemos el sentido exacto de esa desaparición, que dio origen a la creencia de que ambos habían de volver antes de la manifestación mesiánica y al fin del mundo. Pero Jesús salió al paso del caso de Elías al decir que ya había venido en la persona del Bautista, todo lo cual da a entender que no se ha de creer la supervivencia de Elías hasta el fin de los tiempos. Tanto en el caso de Henoc como en el de Elías, parece que el autor sagrado refleja una opinión popular sobre la misteriosa desaparición de un tan señalado justo y un tan excepcional profeta.

Para la inteligencia de este capítulo será bien advertir que los Santos Padres, fuera de los datos contenidos en la Biblia, no disponían de otras fuentes históricas que los escritos griegos, para quienes el punto de referencia más remoto era la guerra de Troya (s.XII a.C.), los escritos egipcios de Manetón y los caldeos de Beroso. Comparados con estas fuentes, los de la Biblia se distinguen por su mayor antigüedad y seriedad. Pero las investigaciones modernas en Oriente han hecho retroceder la historia de Egipto, Caldea, Elam, etc., hasta cinco mil años a.C., sin que desde esas remotas fechas se note la interrupción que supondría el diluvio. Esas exploraciones, que nos permiten remontarnos hasta fechas tan remotas, nos ofrecen civilizaciones muy adelantadas y diferenciadas en Egipto y en Caldea, y luego las edades de la prehistoria, en las cuales el hombre va poco a poco y con trabajo conquistando los elementos de la cultura material, pues los de la espiritual se escapan a nuestra investigación. Paralelas a la prehistoria se desarrollan la etnología y la lingüística. Los más antiguos monumentos egipcios nos han conservado los tipos de la raza negra y de otras perfectamente caracterizadas. Esto, dada la unidad de la especie humana, exige largo tiempo de duración. Asimismo lo exigen multitud de lenguas, el sumerio, el babilonio, el egipcio, etc., muy diferentes unas de otras, y que reclaman muchos siglos para adquirir esa diferenciación a partir de la lengua primitiva de la humanidad.

A este problema cronológico nos responde la Sagrada Escritura con el “libro de la descendencia de Adán,” continuación de los “orígenes del cielo y de la tierra” de Gén. 2:4, y que luego se continuará con la descendencia de Sem. Son diez los personajes desde Adán a Noé. El plan esquemático, que es el mismo en todas, es como sigue: Adán vivió tantos años y engendró a Set; después de haber engendrado a Set, vivió tantos años, engendrando en ellos hijos e hijas, y al cabo murió. Sumando los años de cada personaje desde su nacimiento hasta el nacimiento del sucesor, tenemos la duración entre Adán y el diluvio. Pero a esta cuenta tan sencilla se oponen varias dificultades. Es la primera la defectuosa conservación de los números. Se agrava ésta en la versión griega, en la que sistemáticamente se han añadido, en casi todas las personas, cien unidades, aumentando así considerablemente la suma total, acaso con el propósito de ajustar esta cronología a la egipcia de Manetón. Algo de esto mismo parece haber ocurrido en el texto masorético para dar lugar a la muerte de todos los patriarcas antes de la llegada del diluvio. Por ejemplo, Noé no engendra hasta la edad de quinientos años. Resulta de aquí que entre la aparición del hombre y el diluvio habrían pasado dos mil doscientos sesenta y dos años, según la versión griega; mil seiscientos cincuenta y seis, según el texto hebreo masorético, y sólo mil trescientos siete según el texto hebreo samaritano.

Pero en los tres testigos del texto sagrado queda una grave dificultad: la extremada longevidad de estos personajes. Los autores católicos parecen convenir en que no hay para esta época cronología propiamente dicha y que no ha sido propósito de darle por parte del autor sagrado. Pero en lo que no han convenido es en la índole literaria de este capítulo y en la intención del mismo autor sagrado. Para ayudar a definir estos dos puntos, sin duda ayudarán los tres documentos que nos brinda la literatura caldea. Es el primero la serie de diez reyes antediluvianos que nos ha conservado el sacerdote caldeo Beroso, serie que ha sido hallada luego en los textos originales cuneiformes. Recientemente han sido hallados otros dos textos semejantes10. En todos éstos, la longevidad de los personajes es mucho mayor que en el bíblico; pero no hay razón tampoco para pensar que sus autores se hayan propuesto darnos una cronología propiamente histórica, aunque ignoramos cuál haya sido su intención.

En ambos relatos, el bíblico y el babilónico, la lista de los personajes se cierra con un diluvio devastador. Pero en el bíblico estos personajes no son reyes, ni se dan indicaciones geográficas de su procedencia, mientras que en el babilónico son reyes de determinadas ciudades mesopotámicas. El horizonte del relato bíblico es más amplio, pues se refiere a antepasados de la humanidad en sus primeros estratos, mientras que en el relato babilónico se trata de personajes de un área geográfica determinada, Mesopotamia. Por otra parte, no es posible identificar ni remotamente la grafía de los nombres de los patriarcas bíblicos y la de los reyes mesopotámicos11. Así, pues, sólo hay coincidencia en el número diez de la lista, pues los años de cada personaje no coinciden, ya que, por inverosímil que sea, la longevidad de los patriarcas bíblicos (ninguno llega a mil años), mucho más lo es la de los reyes sumero-babilónicos, los cuales cuentan sus años por sares (un sar = 2300 años). En todas las antiguas genealogías, como la babilónica y egipcia, hay tendencia a atribuir una longevidad extraordinaria a los primeros hombres. Y en esto coinciden con la Biblia. Pero, fuera de esto, no se puede demostrar con hechos concretos la dependencia literaria de la narración bíblica de las tradiciones mesopotámicas. El autor sagrado dirá que la duración de la vida humana se limitó después del diluvio a ciento veinte años en castigo de los pecados de los hombres12. En el capítulo siguiente veremos cómo el hagiógrafo se hace eco de una tradición popular que habla de generaciones de gigantes, autores de las grandes construcciones megalíticas existentes en Transjordania. Aquí también parece que debemos pensar que el hagiógrafo se hace eco de tradiciones oscuras populares sobre la longevidad de los primeros pobladores de la tierra. En la tradición flotaban algunos nombres y tablas genealógicas, y, consciente la opinión popular de que los orígenes de la humanidad eran muy antiguos, la misma imaginación popular fue alargando — como ocurrió en las genealogías egipcias y mesopotámicas — la vida de los personajes conservados por la tradición de forma que se llegara hasta el primer hombre. El autor sagrado, en su afán de trazar la prehistoria de Israel, recoge estas tradiciones populares, sin preocuparse de calibrarlas en sus detalles desde el punto de vista histórico, y las presenta tal como las encontró, llenando así el inmenso vacío histórico entre el diluvio y el primer hombre, como lo hará también, al trazar la historia de Noé, hasta el gran patriarca Abraham, primer personaje bíblico con contornos definidos históricos.

Por otra parte, no debemos olvidar que los números en la Biblia, sobre todo en sus primeros estratos literarios, tienen un valor muy relativo, que no se ha de urgir históricamente. Aun en los tiempos plenamente históricos, como los de la monarquía israelita, vemos que los números se exageran sistemáticamente. Así se dice que Salomón inmoló en los siete días de la inauguración solemne del templo 22.000 bueyes y 120.000 ovejas, cifra insostenible, porque de seguro no existía tal cantidad de reses en todo el reino israelita en aquellos tiempos13. Los autores orientales tienen tendencia a la hipérbole y a desorbitar los números para impresionar más a un auditorio poco exigente en cuanto a crítica histórica. El autor sagrado, pues, sin dar importancia a los números, recoge los relatos de la tradición popular y los utiliza en su obra para llenar el vacío inmenso de la prehistoria. Su finalidad al escribir es exclusivamente religiosa, ya que no pretende hacer historia propiamente tal, sino “historia de la salvación” de la humanidad. Así, pues, los datos recogidos en el relato bíblico no pretenden ser históricos en el sentido estricto de la historia actual: “las últimas investigaciones de las ciencias geológicas, paleontológicas y tipológicas han demostrado absolutamente que el número de años indicado por la cronología bíblica no responde a las conclusiones de la ciencia.”14 “Entre los comienzos de su historia (del pueblo hebreo) y el principio de la humanidad había transcurrido un espacio de tiempo inmenso, que los hebreos no podían conocer, ni Dios se lo había revelado.” 15 “En estas páginas, la Biblia no nos da una historia propiamente dicha; dice lo que se podía recordar, y estos recuerdos no están desprovistos de valor histórico, aunque muchas veces expresan las ideas que las tribus hebraicas hacían de la historia más que de la realidad de los hechos.”16

Así, pues, la explicación más razonable de estos relatos es que el autor sagrado se propuso rellenar con nombres de personajes de carne y hueso el inmenso período que media entre Adán, Noé y Abraham, a fin de cerrar el paso a la imaginación, que en otros pueblos llenaba su prehistoria con elementos mitológicos. En tal supuesto, el hagiógrafo alarga los anillos de la cadena lo necesario para conseguir su propósito, que era cerrar la puerta a la tentación de seguir los ejemplos de los pueblos vecinos. Sería ésta una nueva forma literaria, no empleada entre nosotros, pero semejante a la usada en el capítulo primero para describir la creación, distribuyéndola en seis días. Que este estilo no era desconocido de los pueblos orientales, resulta claro de los documentos mencionados. El mismo San Mateo nos ofrece un ejemplo algo semejante, cuando, en la genealogía del Salvador, llena con catorce generaciones (aquí el número catorce es simbólico, pues su expresión en letras hebraicas equivale a las consonantes del nombre de David) cada uno de los períodos que corren de Abraham a David (ocho siglos), de David a la cautividad (cuatro siglos) y de la cautividad a Jesucristo (seis siglos). Evidentemente que no puede haber el mismo número de generaciones en períodos de tiempo tan dispares como son ocho, cuatro y seis siglos, respectivamente.

Agustín de Hipona concibe estos personajes como piedras miliarias, las cuales, más que medir distancias, señalan el camino, o sea, la sucesión de las generaciones por las que se va transmitiendo la promesa del Redentor.17

Terminamos nuestras observaciones con el siguiente juicio sobre la longevidad del hombre paleolítico hecho por un gran especialista: “El estudio de los restos humanos de la época paleolítica ha permitido deducir datos curiosos acerca de sus enfermedades. El hombre paleolítico vivía poco, y no debía pasar con frecuencia de los cuarenta años. La mortalidad en los primeros años era muy crecida, y era mayor entre las mujeres que entre los hombres. El reumatismo era casi general, mientras la caries dentaria no se conocía. Es decir, que sus condiciones de vida eran de gran dureza.”18 Por eso concluye el P. Vosté: “La longevidad de los patriarcas está en contradicción con todo lo que nos enseña la paleontología… Todo este período anterior a Abraham es, pues, descrito con una mentalidad muy posterior a los acontecimientos.”19 El autor sagrado, en la imposibilidad de encuadrar geográfica y cronológicamente la vida de las primeras generaciones de la humanidad (por falta de datos concretos sobre el particular), hace un esfuerzo imaginativo y los encuadra conforme al ambiente social de su tiempo, recogiendo determinadas tradiciones populares sobre aquellos remotos tiempos, relativas a la supuesta longevidad de los escasos personajes que dichas tradiciones habían conservado. Consciente de la remota antigüedad del origen del hombre, procura alargar la vida de los únicos diez personajes conocidos en las genealogías recibidas por tradición.

 

1 Cainán es de la misma raíz que Caín (herrero). Aparece como nombre de una divinidad sabea. Malaleel (“alabanza de Dios”). En 4:18 aparece este nombre en griego en vez de Mejaleel. Yared (“descendiente”). Henoc aparece también como hijo de Caín en 4:17. Significa consagración o dedicación. — 2 Por ello, algunos autores comparatistas han querido ver en el Henoc bíblico un paralelo del sumero-babilónico En-me-dur-an-na, llamado también Em-me-du-ran-ki, que es el rey séptimo de la lista de reyes mesopotámicos anteriores al diluvio; es rey de Sippar, dedicada a la divinidad solar, Samas. Era el señor de los oráculos y depositario de los oráculos divinos. Pero nada de esto se insinúa en el texto bíblico. La única coincidencia es que ambos ocupan el séptimo lugar en la lista de personajes antediluvianos en la tradición bíblica y en la mesopotámica. — 3 Gén. 6:9. — 4 Cf. 2 Re 14:8. La palabra heb. laqaj (tomó) aparece en el babilonio lequû aplicado a la desaparición misteriosa del héroe del diluvio Utnapistim. — 5 Heb 11:5. — 6 Gén. 5:24. — 7 Eclo 44:16. — 8 Así según el texto griego. Según el texto hebreo: “ejemplo de ciencia.” La Bib. de Jér. sigue el texto griego. — 9 En la literatura pagana tenemos dos casos de personajes que fueron misteriosamente (levados de entre los hombres: el héroe sumerio citado, Utnapistim, y Rómulo: “nec deinde in terra fuit” Tit. Liv., VII 16). — 10 Una Lista Es De Beroso, Recogida Por Eusebio. Los Diez, Reyes De Esta Lista Viven En Total 432.000 Años. El Último De Ella (Xisutros) Vivió 64.000 Años. Las Listas De Los Dos Textos Cuneiformes Hallados Dan Diferente Número Total: Según Una, 241.000, Y Según Otra, 456.000. El Último Rey De Una De Ellas Se Llama Zi-U-Sus-Du, Que Recuerda El Nombre De La Lista De Be-Roso (Xisutros). Véase J. Chaine, O.C., P.92-93; A. Clamer, O.C., 172; P. Dhorme: RB (1924) 534-556. Los Dos Textos Cuneiformes Fueron Publicados Por Langdon, The Blundell Collec-Tion T.2 En “Oxford Editions Of Cuneiforms Texts” (1924). — 11 Se ha querido ver relación entre Uínapistim (héroe del diluvio babilónico y último rey de la lista), que significa en acadio “al que se le ha prolongado los días de su vida,” y Noé, que, según la etimología popular bíblica, significa descanso (de nuaj), pero que tiene un paralelo en el etiópico Naha o Nuh (prolongación del tiempo). — 12 Gén. 6:3. — 13 Cf. 1 Re 8:63. — 14 ?ea, De Pentateucho (Roma 1933) 180. — 15 A. Clamer, o.c., p.175. — 16 J. Chaine, o.c., p.100. A este propósito cita las palabras del P. Lagrange: “Una historia estricta era imposible, y, sin embargo, importaba mostrar por una cadena continua la unidad de la historia de la salvación. La Biblia evita los cuentos absurdos…, se abstiene de cuentos en el aire. Se ciñe a lo tangible, a las invenciones existentes; habla de su origen y progreso, y deja estos inventos en una penumbra que no tiene la apariencia de una historia circunstanciada” (La Méthode historique 212-213) — 17 De Civ. Dei XV 8. — 18 H. Obermaier-A. García-L. Pericot, El Hombre Prehistórico Y Los Orígenes De La Humanidad (Madrid 1955) 51. — 19 M. J. Vosté, El Reciente Documento De La Pontificia Comisión Bíblica: Estbib 7 (1948) 142. Sobre Estas Cuestiones Pueden Verse, Además, J. Plessis, Babylone Et La Bible: DBS I 745-752; P. Heinisch, Probléme Der Biblischen Urgeschichte (Lucerna 1947) 114; P. Dhorme, L’Aurore De L’historie Babylonienne: RB (1924) 534-556; E. Mangenot, Chronologie Biblique: DBV II; S. Euringer, Die Chronologie Der Urgeschichte (1913); J. Nikel, Die Bib. Urgeschichte (1921); P. Heinisch, Die Lebensdauer Der Urvater Und Der Patriarchen: “Bonner Zeitsch. Für Theol. U. Seele” (1927); A. Deimel, Die Babyl U. Bibl Überlieferung Bezuglich Der Vorsint-Flutleichen Urvater: “Orientalia” (1925); R- Koppel, Das Alter Der Menschheit: “Stimmen Der Zeit” (1928).