1. Capacidad de debate abierto
Las universidades medievales permitían las disputas abiertas y públicas, con reglas de juego bastante equilibradas, y con un lenguaje claro, en el sentido de: poca diplomacia y un esfuerzo consciente de llamar cada cosa por su nombre. Ejemplo típico es la postura del sacerdote diocesano que escribe una obra argumentando por qué es contrario a la Iglesia el surgimiento y el lugar nuevo que han adquirido las Órdenes Mendicantes. Santo Tomás le da una respuesta amplia, clara, dura y sin embargo respetuosa. Es una de sus varias obras que empiezan con la palabra “contra”: todo el mundo sabía a qué se oponía y todos querían saber qué daba como argumento de por qué se oponía.
Por contraste, la mayoría de los centros actuales, especialmente en humanidades, sufren de algo parecido al culto a la personalidad y la mentalidad gregaria. Lo primero significa que los encuentros académicos suelen tener largas presentaciones llenas de títulos y listas de grandes logros de sus conferencistas o ponentes, de modo que las disputas abiertas y los desacuerdos francos son bastante raros.
La situación es todavía peor allí donde todo desacuerdo se toma como una “ofensa.” Ahora resulta que contradecir a un abortista es ofender a las mujeres. Cuestionar el orgullo gay es automáticamente ser homofóbico. Al final resulta que el único lenguaje aceptable debe dulcificarse, castrarse y autocensurarse hasta el punto de la irrelevancia y la complicidad. Además, poco a poco se nos inculca la idea de que las grandes personalidades, sea por sus escritos, por su presencia en los medios o por sus obras sociales, son particularmente “intocables” y por ello puedo decir, por experiencia directa, que rara vez o nunca ve uno que un estudiante se atreva a hacer un cuestionamiento de fondo a una de tales personalidades. Súmese a esto que la mayor parte de los estudiantes actuales tienen serias dificultades para seguir un razonamiento, prefiriendo más bien los carriles cómodos del prejuicio, en uno u otro sentido, o el seguir pasivamente la opinión de la mayoría.
Mentalidad “gregaria” quiere decir que los profesores de una misma facultad, o de una misma corriente, institución o escuela de pensamiento, procuran defenderse unos a otros. En otros tiempos yo mismo vi que si algún profesor iba a ser cuestionado por “Roma” de inmediato se aplicaba la lógica de los mosqueteros: “uno para todos y todos para uno.” Por supuesto una consecuencia de ello es que la capacidad de autocrítica desciende a niveles ridículos, mientras, a la par, se favorece un estilo de trabajo tipo “lobby.”
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