Padre Nelson: hace poco estuvimos en la clausura de año escolar del colegio de mi hija. Fue una celebración muy bien preparada pero también algo extraña por una serie de cosas que se hiciero y que creo que no son parte de la misa. Solo le menciono una: en el momento de la “presentación de las ofrendas” las niñas llevaban una serie de cosas que al final quedaron sobre el altar; cosas como sus cuadernos, unas flores, una cachucha, tres flores disecadas… No quiero ser extremista pero ¿de verdad hace falta todo eso para que sintamos que Cristo nos recibe a nosotros y todo lo que somos y hacemos? No sé si me expreso bien. –M.G.H.
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Hace poco me compartieron un buen artículo del P. Javier Sanchez Martínez, liturgista español, que creo que aborda directamente la situación:
Cuando el sacerdote recita la oración sobre las ofrendas, si lo hace de modo claro, y todos los fieles escuchan atentamente interiorizando, se puede llegar a descubrir lo evidente: que las ofrendas que se presentan son pan y vino; éstos son los dones principales que se aportan al altar y sobre los cuales se reza.
Esto es lo evidente y, sin embargo, parece que pasa desapercibido confundiendo ofrendas con cualquier elemento que -¡hasta con una monición por ofrenda, y girándose hacia los fieles, levantando la ofrenda para que se vea, dando la espalda al altar y al sacerdote!- se lleva en procesión. Pero esto es una corruptela que se ha introducido en el modo de celebrar el rito romano, un elemento distorsionante.
Los dones verdaderos, la ofrenda real, es la materia del sacrificio eucarístico: todo el pan y todo el vino necesarios para consagrar y distribuir en la sagrada comunión. Pues algo tan evidente ha quedado desfigurado y extraño en la liturgia.
La Ordenación General del Misal Romano, que es norma y pauta obligatoria, lo explica.
Puede verse el artículo completo aquí.