Pues bien, de esta gran tradición franciscana de conventos serranos cordobeses vino a nacer en 1530 el de Montilla, fundado bajo la advocación de San Laurencio. Cuando en 1569 el Solanito, con veinte años de edad, llamó a sus puertas, allí vivía, entre la huerta y el coro, entre las salidas por limosna y para predicar, y siempre con buen humor y buenos cantos, una comunidad de treinta frailes.
Con ellos inició una misma aventura espiritual, y fue aprendiendo durante tres años oración, latín y ascética, liturgia y observancia, penitencia y vida en común, obediencia y alegría espiritual. La cama de Francisco era «una corcha en el suelo y un zoquete para cabecera», o un trenzado de palos sujetos con una cuerda, y sus pies no llevaban alpargatas o sandalias, sino que iban descalzos. En el año 1570 hizo su profesión en la Regla pobre de los franciscanos, mientras su padre, algo más próspero, preparaba su segundo período como alcalde de Montilla. No a todos es dado triunfar en esta vida.
Su destino siguiente le lleva cerca de Sevilla, la puerta hispana de las Indias, al convento de Nuestra Señora de Loreto, entre huertas y viñedos, pues allí había un estudio provincial franciscano desde 1550. Cinco años pasó allí, en estudio y oración, sin mayores formalidades académicas, viviendo con su compañero fray Alonso de San Buenaventura, el cual nos describe la cabaña que Francisco se arregló: «En un zabullón o rincón de las campanas, hizo para su morada una celdilla muy pobre y estrecha, donde apenas podía caber; tenía en ella una cobija y una silla vieja de costilla…, e hizo en ella un agujero que servía de ventana, y le daba luz para ver, y rezar y poder estudiar, en la cual vivió con notable recogimiento y silencio, hablando muy pocas veces».
En aquel inhóspito rincón había algo que a Francisco le gustaba sobremanera: la vecindad del coro. Y de Sevilla, en general, también le gustaba el ambiente misionero hacia las Indias. De allí salió, en 1572, en una expedición al Río de la Plata -en la que en un principio iba a ir él también-, su compañero fray Luis de Bolaños, el que fue gran misionero, iniciador de las reducciones en el Paraguay.
El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.