Un día descubrirás que mejor que pedir milagros es ser tú mismo el milagro.
Es posible que el mundo necesite muchos milagros porque son muy grandes las necesidades; pero más necesita personas que sean milagros vivientes porque son muchos los necesitados.
Hoy es un milagro que alguien, aunque esté cansado, tenga tiempo, una sonrisa y un corazón abierto para acoger y escuchar al que está devastado y roto.
Hoy es un milagro que tus palabras no se concentren en los defectos de los demás sino es sus cualidades, sus talentos, su inmenso potencial.
Hoy es un milagro que alguien escoja aquella penitencia que nadie verá en esta tierra y que sólo existe para los ojos eternos del Padre del Cielo.
Hoy es un milagro que tu día se rompa para un tiempo que todos llamarían “perdido” pero que tú llamas “adoración” y que sabes que es lo que te da fuerzas para todo lo demás.
Hoy es un milagro que puedas guardar silencio mientras alguien te dice cosas duras o injustas: simplemente has escogido oír más el corazón y menos la voz de esa persona.
Hoy es un milagro que hagas una plegaria ferviente por un perfecto desconocido: alguien que jamás sabrá quién eres tú, ni por qué gastas tu tiempo buscando el bien de los demás.
Hoy es un milagro que pronuncies el nombre de JESÚS, tu Maestro, en el momento exacto en que unos oídos lo necesitaban, y un corazón estaba a punto de abrirse.
Tú puedes ser el milagro.
Pero no lo podrás ser por tus solas fuerzas. Si tus solas fuerzas lograran todo, entonces no se llamaría “milagro.”
El arte es llamar con amor y humildad a las puertas del Maestro, y pedirle con sencillez: “Hoy quiero ser tu milagro.”
Nadie lo sabrá. Quizás nadie lo entenderá. Pero la alianza secreta entre el Maestro y tú no podrá romperla tampoco nadie.
Y una estela de gracia seguirá tus pasos y dará luz a tus palabras.
Créelo.