La entrega de Cristo, primero en el misterio eucarístico del Jueves Santo, y luego en el altar de la Cruz, es la cumbre de la ofrenda de su amor que nos sana, salva y libera. Así nos enseña que la humanidad querida por Dios no es un mundo de iguales, recortados para quedar del mismo tamaño, sino una sociedad en la que el bien en el que cada uno sobresale (autoridad) es el bien con el que apoya y construye a los demás (servicio).