Una de las dimensiones de la Cuaresma es la penitencia. De seguro, una palabra que suena a inquisición, oscurantismo, Edad Media, a muchas personas. Y sin embargo, una palabra que no pierde actualidad.
PENITENCIA es descubrir que aquello que hicieron nuestros padres cuando nos educaron, cada vez que nos dijeron: NO, fue un bien para nosotros. Hacer penitencia es poner un límite real a nuestras codicias, gustos, mediocridad, autojustificación…
PENITENCIA es retorno a lo esencial. ¿De cuántas cosas y malas costumbres se ha ido recargando nuestra vida? ¿Cómo es que la gente busca un “detox” para su cuerpo pero sigue cargando el fardo de incontables caprichos, egoísmos y malos hábitos?
PENITENCIA es gimnasio para el alma. ¿Cómo está eso de que entrenamos nuestros brazos y piernas, y queremos cuerpos bellos mientras nuestros corazones dan lástima o indignación por su desnutrición y fea figura?
PENITENCIA es fortaleza. Bien entendida y practicada, la penitencia hace fuerte la voluntad, ¿y qué es más necesario para vencer al pecado y para ser fieles a las inspiraciones de la gracia divina, que esa clase de fortaleza?