Cuanto más potente el veneno, más urgente y más potente ha de ser el antídoto.
Las divisiones profundas y cada vez más agresivas se han convertido en un terrible veneno para nuestra sociedad. Y la solución no es poner un calmante llamado “tolerancia.” La tolerancia se revienta ante el terrorismo, ante el abuso, ante la manipulación, ante el engaño, ante la injusticia repetida.
El antídoto más urgente es entender qué hay de cierto, qué hay de razonable, qué hay de justo en las peticiones de los diversos grupos. El antídoto se llama: abrirse a la verdad.
Sin ese antídoto, lo demás es ley de la jungla, imposición del más fuerte, carrera de trampas y mentiras.
Lo difícil de abrirse a la verdad es admitir qué hay de correcto en aquel que no piensa como yo, aquel que no comparte mis gusto o ni siquiera mis principios.
Pero es el único antídoto posible. Y hay que tomarlo pronto.