Nueve meditaciones sobre la Virgen Inmaculada, 5 de 9: María, Espejo del Evangelio

María, Espejo del Evangelio

* Dios ha querido verse reflejado en su imagen, que es el ser humano. Cada uno de nosotros está llamado y destinado a ser una obra maestra del más sabio, bondadoso y diestro Artista: Dios mismo. En ese sentido, bien puede decirse que todos estamos llamados a ser bellos con esa belleza que es interior pero que también se refleja en nuestra mira, talante, actitud y cuerpo.

* El estorbo de esa belleza es el pecado, en sus diversas formas. Es cierto: la palabra “pecado” fastidia pero quitar la palabra no quita la realidad.

* El pecado causa deficiencias nutricionales serias, en nuestro esfera emocional. Así por ejemplo, un papá egoísta deja sin provisiones importantes de amor y recuerdos bellos a sus hijos. O también: unos hijos egoístas son una tortura de ingratitud para sus padres.

* El pecado causa heridas y deja espantosas cicatrices. Así por ejemplo, la persona que ha sido abusada, o el que ha sido traicionado, o aquel a quien le han mentido por largo tiempo. Este tipo de daños envenenan el corazón, alteran la salud y oscurecen el semblante.

* El pecado asfixia preciosas esperanzas. A medida que se impone la cultura de lo provisional, esa cultura que proclama “de momento te quiero y te deseo… mañana, no sé,” la inestabilidad nos encierra a todos en inseguridad y egoísmo. Nuestros ojos se vuelven astutos y escépticos, incapaces de confiar o de engendrar confianza.

* El pecado aturde, desorienta, oscurece, confunde. Y a medida que estamos más confundidos somos más manipulables, más dependientes, y en el fondo, más esclavos.

* La Biblia griega llama “hamartía” a eso que hemos mencionado. La traducción primera es la de una “mancha.” Por eso la vida sin-mancha es la vida inmaculada. Y eso es lo que vemos en el rostro y especialmente en la mirada de la Virgen Santa.

* En Ella se reflejan los rasgos principales del Evangelio: la acogida al Reino de Dios; la relación de confianza con Dios Padre; la caridad con todos, incluyendo a los enemigos; la esperanza firme de vida eterna.

Inmortalidad del alma espiritual humana

“La «metaantropología» –tal como denomina Abelardo Lobato a la doctrina del hombre del Aquinate– prueba la existencia y naturaleza de una unión de lo espiritual, de un ente substancial, subsistente o con un ser propio como toda substancia, con una parte substancial incompleta, como es la materia. Además, que el espíritu humano es el alma de la materia o forma del cuerpo, y, que ello constituye la unidad del compuesto, La misma naturaleza del espíritu humano requiere informar al cuerpo. La unión substancial o en el único ser del alma y del cuerpo del hombre, que se sigue de este peculiar hilemorfismo explica porqué los dos constitutivos del hombre estén referidos mutuamente. El alma espiritual lo es de un cuerpo y el cuerpo material lo es de un espíritu. El uno es para el otro en la unidad del compuesto humano. Por separado, ni el cuerpo ni el alma constituyen al hombre. El cadáver no es el hombre, ni el alma separada tampoco…”

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LA GRACIA del Viernes 15 de Diciembre de 2017

Dios nos invita a acoger la diversidad y belleza de su lenguaje porque algunas veces Él me corregirá y otras en su providencia derramará en mí el bálsamo de su consuelo.

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ROSARIO de las Semanas 20171213

#RosarioFrayNelson para el Miércoles:
Contemplamos los Misterios de la Infancia de Jesús

Usamos esta versión de las oraciones.

  1. En el primer misterio de la infancia contemplamos la Anunciación a María Santísima y la Encarnación del Hijo de Dios.
  2. En el segundo misterio de la infancia contemplamos la visita de la Virgen Madre a su pariente Isabel.
  3. En el tercer misterio de la infancia contemplamos el sufrimiento que pasó San José, y la fe amorosa que tuvo.
  4. En el cuarto misterio de la infancia contemplamos el Nacimiento del Hijo de Dios en el humilde portal de Belén.
  5. En el quinto misterio de la infancia contemplamos la Epifanía: Jesús es luz para las naciones, y así es adorado por unos magos venidos de Oriente.
  6. En el sexto misterio de la infancia contemplamos la Presentación del Niño Jesús en el templo de Jerusalén.
  7. En el séptimo misterio de la infancia contemplamos a Jesús Niño en el templo, ocupado de las cosas de su Padre del Cielo.

[REPRODUCCIÓN PERMITIDA – Este es un ejercicio privado de devoción “ad experimentum” en proceso de aprobación oficial. Puede divulgarse en las redes sociales, blogs, emisoras de radio, y otros medios siempre que al mismo tiempo se haga la presente advertencia.]

Orígenes cristianos y católicos de la ciudad de San Francisco

Los santos preferidos de fray Junípero eran sin duda San Francisco y Santa Clara. Y así, cuando al comenzar sus aventuras californianas, hacía planes con su amigo el Visitador Gálvez, en una ocasión le dijo: «Señor mío, ¿y para nuestro Padre San Francisco no hay Misión?»…

Él siempre soñó con dedicar a sus amados San Francisco y Santa Clara de Asís unas misiones hermosas, dignas de ellos. Por eso su alegría fue inmensa cuando, en 1774, después de hartas gestiones suyas, llegó la ansiada autorización del Virrey Bucarelli, que destinaba en principio treinta soldados, con sus familias, para la fundación de San Francisco.

El sitio y el nombre ya estaban elegidos hacía tiempo, a unos 250 kilómetros al norte de Monterrey, en una inmensa bahía capaz de albergar varias escuadras. A mediados de 1776, la expedición enviada, a la que estaban asignados los padres Palou y Cambón, plantó quince tiendas cerca de la bahía, y poco después fue construyendo la iglesia y los edificaciones fundamentales.

Finalmente, el 17 de setiembre fue el día en que se inauguró el humilde núcleo de la que iba a ser una de las ciudades más grandes del mundo. Se siguió el rito acostumbrado: alzamiento de la cruz, Te Deum, misa, acta correspondiente -«nada sin el escribano», parecía ser el lema de España en América-, aclamaciones, vítores y ondear de banderas, disparo de mosquetones, y también salvas desde los cañones del San Carlos, fondeado en el puerto… Los indios, a todo esto, permanecieron ausentes, cosa rara en ellos, pues solían gustar mucho de estos alardes. Y la razón era que acababan de sufrir un ataque de los indios solsona.

Pero no tardó mucho aquella misión en tener su floreciente núcleo de catecúmenos y bautizados. Cuando fray Junípero pudo celebrar en aquella misión la misa de San Francisco de Asís, el 4 de octubre, tenía el corazón encendido y alegre, y decía con entusiasmo: «Esta procesión de Misiones está muy trunca; es preciso que sea vistosa a Dios y a los hombres, que corra seguida; ya tengo pedida la fundación de tres en el canal de Santa Bárbara. Ayúdenme a pedir a Dios se consiga, y después trabajaremos para llenar los otros huecos».

En efecto, como «el Señor está cerca de los que le invocan sinceramente» (Sal 145,18), en la misma bahía inmensa de San Francisco nacían en 1777 la misión de Santa Clara de Asís, y junto a ella, la de un pueblo de españoles, que se llamó San José de Guadalupe.

En ese año, Monterrey se convirtió en capital de California, y sede del nuevo Gobernador, don Felipe de Neve. Así sería posible controlar más de cerca la actividad misionera del padre Serra… Y en 1779 las dos Californias quedaron sustraídas del Virreinato de Nueva España, y puestas bajo un Comandante o Gobernador General, don Teodoro de Croix, con residencia en Sonora. El Virrey tuvo la delicadeza de informarle de lo que el padre Serra significaba en aquellas regiones, y el Gobernador General le escribió a éste: «Hallará en mí cuanto pueda desear para la propagación de la fe y gloria de la religión». Pero eran solo palabras.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.