María y los Pobres de Yahvé
* La santidad es recuperación del orden, frente al desorden del pecado. Pero el pecado no tendría atractivo ni poder alguno si no ofreciera algún género de bien. Por eso el pecado se presenta como atajo, ganancia abundante, placer sin límite, poder a la mano. ¿Cómo puede uno librarse de tanto engaño?
* Tal es el relato que nos presenta la Sagrada Escritura: de hecho, la Biblia entera es la historia de cómo se puede deshacer el absurdo cometido por dejarnos llevar tras los engañosos atractivos del pecado. ¿Qué nos enseñan los textos sagrados?
* Primero, que el mal no tiene incorporado un freno dentro de sí mismo. Según muestran los relatos bíblicos, ya desde el Génesis, dejada a su capricho, la maldad crece sin límites, hasta ahogarlo todo, con el diluvio, y hasta corromperlo todo, como en Sodoma.
* Segundo, es necesario entonces empezar por recuperar la conciencia de que hay algo que se llama bien y algo que se llama mal. Este es el gran papel de la Ley de Moisés. La Ley es como un despertador externo de la luz interna que llamamos “voz de la conciencia.” A medida que nos hablan desde fuera recuperamos la capacidad interior para discernir lo bueno de lo malo.
* Tercero, hay que percibir los límites de las fuerzas humanas. Esta es la fase más larga porque requiere muchos intentos, muchas promesas humanas y sobre todo muchos errores. Ese camino, como en círculos, lo recorrió el pueblo de Dios sobre todo en el tiempo de los reyes y los profetas. Pero en realidad no es en círculo, sino en espiral que desciende hasta estrellarse.
* Cuarto, viene la experiencia espantosa del destierro a Babilonia, que es algo así como probar el sabor mismo de la muerte. Las certezas se quebrantan, el dolor alcanza límites absurdos, la fe y la esperanza quedan tensas hasta el punto de ruptura. Pero el destierro en tierra de esclavitud, humillaciones e idolatría no es el final.
* Quinto, salidos del destierro, lo que queda es un “Pequeño Resto,” del que han hablado los profetas, como Sofonías. Las características de ese “Resto” anticipan ya toda una espiritualidad que encontramos en personas como Simeón y Ana, como Zacarías e Isabel, como José y María. Son ellos, los Pobres de Yahvé, los que hacen el puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.
* María, pues, es la expresión más pura, humilde y perfecta de esa espiritualidad, que es la propia de los “Pobres de Yahvé.” En síntesis, consiste en: alta desconfianza de las propias fuerzas y de las cosas de esta tierra; y a la vez intensa confianza y certeza de la verdad, bondad y poder de Dios. Es la misma espiritualidad que encontraremos en las bienaventuranzas.