Varios amigos y lectores nos han preguntado: ¿Debemos ver los terremotos u otras catástrofes como juicios de Dios?
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Una vez le plantearon a Cristo una cuestión semejante. Leemos en Lucas 13,1-5:
En esa misma ocasión había allí algunos que le contaron acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con la de sus sacrificios. Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque sufrieron esto? Os digo que no; al contrario, si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. ¿O pensáis que aquellos dieciocho, sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, eran más deudores que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo que no; al contrario, si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.
En este breve diálogo se mencionan dos tipos de catástrofes: los debidos a crueldad inesperada y los debidos a imprevistos o accidentes. La actitud del Señor se condensa en estos tres puntos:
(1) Cristo no manifiesta escándalo ni asombro aunque por supuesto no es indiferente al dolor humano.
(2) Como norma general, no debemos hacer asociaciones directas causa-efecto entre una catástrofe y el estado moral de las personas que la sufren. En palabras de Cristo: esos que padecen el rigor de tales situaciones no son “más pecadores” que los demás.
(3) Tales hechos sí que deben movernos a TODOS a considerar la trascendencia de la vida y de la muerte, y por lo tanto a tomar una actitud seria de conversión.