Santa Clara de Montefalco.-
Santa Clara de Montefalco nació en Montefalco en el año de 1268. Los nombres de sus padres eran Damiano e Iacopa Vengente, que tuvieron 4 hijos en total.
Su hermana mayor, Giovanna, de 20 años, y su amiga Andreola, establecieron una Ermita, en donde se dedicaron a una vida de oración y de sacrificio.
En el año 1274 se le concedió aprobación de las autoridades eclesiásticas, y fue entonces que Giovanna pudo recibir más hermanas en la Orden. La primera candidata fue Clara.
El ejemplo de sus padres, quienes tenían una gran devoción al Señor y a su Madre, y el de su hermana y compañera, contribuyeron a que se desarrollara en Clara el deseo de amar y servir al Señor a través de una vida de oración.
Ella era muy viva, a la que todos veían que sobrepasaba a las niñas de su edad. Era, por otro lado, extremadamente amorosa.
Desde que entró al Convento, aún cuando era más joven que las demás, se mantenía al mismo nivel que sus dos compañeras, tanto en la oración como en la penitencia.
Desde pequeña tuvo un ardiente amor por Cristo, especialmente por su Pasión. Este fuego interior le dio la energía, el celo y la fuerza, para vivir una vida que a muchos les sería imposible.
Desde muy niña tuvo gran apetito y tenía que luchar contra sus deseos de comer los platos que más le gustaban, ayunando con frecuencia, especialmente durante la Cuaresma.
Aun cuando ninguna Regla religiosa se había establecido, Clara practicó una estricta obediencia a su hermana Giovanna, que era la líder del grupo. Una vez que Clara rompió la Regla del silencio dada por su hermana, se impuso la penitencia de pararse en un cubo de agua helada, con los brazos hacia arriba, rezando 100 veces el Padre Nuestro.
En 1278, dos años después de haber entrado Clara al Convento, ingresó Marina, amiga de ella, y fue seguida por muchas otras. De ahí que tuvieran que mudarse a una montaña cerca de la ciudad, donde construyeron otra Ermita.
Se levantó una gran persecución contra ellas, no sólo por parte de laicos, sino también por los franciscanos del lugar, que decían que la ciudad era muy pequeña para tener otra comunidad pidiendo limosna.
Pero el Señor que es justo, movió al oficial del Ducado a votar por ellas y se quedaron. Con la Ermita teniendo el techo a medio hacer, pasando frío y hambre, la pequeña Comunidad era sostenida por su fe y llamado, que resultaba ser más fuerte que la persecución de la gente.
Durante esta época, pocas personas les daban algo para comer, y se sostuvieron de hierbas silvestres. Clara, que tenía un don para cocinar, les hacía pasteles de plantas con tanto amor, que las hermanas recordaban estos tiempos como tiempos de gozo en vez de miseria.
Finalmente, Giovanna obtuvo permiso para enviar a algunas compañeras a pedir limosna. Clara, que tenía 15 años, insistió tanto en ir, que venció las objeciones de su hermana, y ella, junto con Marina, salieron durante 40 días en busca de limosnas. Nunca regresaban sin haber cumplido su cometido.
Su hermana Giovanna, pensando en proteger a Clara, no le permitió salir más, y Clara estuvo en el Convento por el resto de sus años. La Santa pasaba de ocho a diez horas diarias en oración, y por las noches caía de rodillas rezando el Padre Nuestro.
Practicaba actos tan severos de mortificación, que su hermana Giovanna tuvo que poner restricciones en sus prácticas. Siempre estaba buscando una forma más ascética de orar.
En el año de 1288, cuando Clara tenía 20 años y parecía que estaba llegando a alcanzar la completa unión con Jesús, el Señor la probó adentrándola en un desierto. Fue una prueba dada por Dios para castigar su orgullo y para que ella viera que sin Él, no podía hacer nada.
Clara entró en el desierto perseguida por todo tipo de tentaciones, víctima de lo emotivo. Sentía que Dios la había abandonado. Esta tortura duró once años de su vida, a través de los cuales estuvo sin la asistencia espiritual que ella desesperadamente ansiaba, cargando el peso de sus sentimientos de inseguridad en el corazón.
Como no recibía las penitencias deseadas, comenzó a imponérselas ella misma, causando tanto daño físico, que su hermana tuvo que detenerla otra vez.
El 22 de noviembre de 1291, muere su hermana Giovanna. Fue un golpe muy duro para Clara, pues veía en ella el ejemplo a seguir y la persona que la formaba en su vida espiritual.
El representante del Obispo llegó para la elección de la nueva Abadesa. Las monjas unánimemente escogieron a Clara. Sintiéndose totalmente indigna, les rogó que eligieran a alguna más, que fuera santa y sabia, pues ella no se consideraba ninguna de las dos cosas. Mas su petición no fue escuchada.
Aceptó su responsabilidad, aunque se sentía indigna, y se convirtió en madre, maestra, y directora espiritual. Enseñaba a sus hermanas a ofrecerle al Señor todas sus necesidades individuales, para que fueran moldeadas en las necesidades de la comunidad, formando así en ellas un verdadero cuerpo con una vida en común.
Balanceando la oración y el trabajo necesario del Monasterio, traía a la Comunidad gozo y amor. Sensible a aquellas que sentían el llamado a más oración, les permitía hacerlo, pero con la condición de que todo el mundo tuviera que realizar trabajo manual.
Ella dirigía personalmente e incesantemente a las hermanas en sus necesidades espirituales y corporales. Decía: “¿Quien enseña al alma sino Dios? No hay mejor instrucción para el mundo que la que viene de Dios”.
Las ayudaba a reconocer la voz del Espíritu y a discernir quién tenía el poder en sus vidas. Pero cuando era necesario, corregía y amonestaba a las hermanas, haciéndolas conscientes de los peligros a sus almas. Velaba por todas, aún a costa de su salud.
La hermana Tomasa expresaba: “Ella permanecía despierta hasta tarde en la noche, pero siempre estaba despierta temprano en la mañana.
Como Clara fue tan probada y sufrió tantas luchas y dudas, podía hablar con autoridad a otros. A través de su experiencia, se relacionaba con la batalla espiritual de los demás. Era capaz de ministrar a las personas fuera de la comunidad que venían a verla, contando con los dones de conocimiento y sabiduría dados por el Señor.
Debido a su amor y cuidado genuino, Clara atraía al Monasterio a sacerdotes, teólogos, obispos, jueces, santos y pecadores. Nunca descuidó sus responsabilidades hacia las hermanas dentro del Monasterio por su apostolado con aquellos fuera del claustro.
Ella tenía un amor muy grande por los pobres y perseguidos. Enviaba a las hermanas externas con comida y medicamentos para los necesitados. Le daba a amigos y enemigos igualmente, y a veces más a los enemigos.
Así como era amorosa, generosa y entregada, asimismo era firme. Enfrentaba a todos sus perseguidores con estas cualidades,sin retroceder ante ellos. Se atrevió a ser impopular, enfrentándose al pensamiento popular del mundo, de igual modo como al de sus propias monjas, si ella pensaba que estaba incorrecto. Testigos afirman que tenía el don de bilocación.
Aunque era una mística, generalmente en contemplación de su Amado Señor Jesucristo en la Pasión y en adoración estática a Dios Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en la Santísima Trinidad, estaba consciente del mundo a su alrededor. La Santa no estaba alejada de él, pero envuelta en él, oraba y hacía penitencia por su salvación.
El año de 1294 fue un año decisivo en la vida de Clara. En la fiesta de la Epifanía, después de haber hecho una confesión general delante de todas las hermanas, cayó en éxtasis y permaneció así por varias semanas. Ellas la mantenían con vida dándole agua de azúcar.
Durante este tiempo, Clara tuvo una visión en la que se vio siendo juzgada delante de Dios,vio el infierno con todas las almas perdidas sin esperanza y el Cielo con los Santos, gozando perfecta felicidad en la presencia de Dios.
Vio a Dios en toda su majestad. Le reveló cuán incondicionalmente fiel un alma debe ser a Él, para vivir de verdad en Él y con Él. Al recobrarse, resolvió “nunca pensar o decir algo que la separara de Dios”. También decía: “Si Dios no me protegiera, sería la peor mujer en el mundo”.
En el año 1303 consiguió construir la iglesia que tanto soñó, que no solamente serviría al Convento, sino también a la comunidad del pueblo. La primera piedra la bendijo en Junio 24 de 1303 el Obispo de Espoleto, y ese día la iglesia fue dedicada a la Santa Cruz.
Clara tuvo también la visión de Jesús vestido como un peregrino pobre, su rostro agobiado por el peso de la Cruz y su Cuerpo mostrando los signos de un camino duro, cargándola.
Ella estaba de rodillas tratando de evitar que Él siguiera caminando. Y preguntándole: “¿Señor, a donde vas?”, Jesús le respondió:”He buscado en el mundo entero un lugar fuerte donde plantar firmemente esta Cruz, y no he encontrado ninguno”.
Clara lo mira y toca la Cruz, mostrando al Señor el deseo de tantos años de compartirla. El rostro de Jesús ya no estaba exhausto, sino brillando de amor y de gozo. Su viaje había terminado.
Él le dice: “Sí, Clara, aquí he encontrado un lugar para mi Cruz. Al fin encuentro a alguien a quien puedo confiarla”, y se la implantó en su corazón. El intenso dolor que sintió en todo su cuerpo al recibir la Cruz de Jesús en su corazón, permaneció con ella.
Desde ese primer momento, siempre estuvo consciente de la Cruz, que no solamente percibía, sino que la sentía con cada fibra de su ser. Él era parte de ella, su amor, Jesús, y ella era una en su Cruz.
“La vida de un alma es el amor a Dios”, decía Clara. Oraba para que todo aquel que conociera, experimentara a Nuestro Señor Jesucristo profundamente en su corazón. Oraba, sufría y ardía de pasión, como lo hizo Cristo, porque le había entregado totalmente a Él su vida.
Debido a las penitencias de tantos años, su cuerpo comenzó a debilitarse, y en julio de 1308, ya no pudo levantarse más de su cama. El demonio la atacaba incansablemente tratando de hacerla sentir que ella era indigna de Dios, que Dios no la encontraba agradable y que se había equivocado en todo lo dicho y hecho, llevando así a la perdición a muchas almas. Pero con la fortaleza del Señor y su fe, no cedió a las insinuaciones de Satanás.
En la noche de Agosto 15 llamó a las monjas y les dejó su último testamento espiritual:
“Yo ofrezco mi alma por ustedes y por la muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Sean bendecidas por Dios y por mí. Oro, mis hijas, para que se comporten bien y que todo el trabajo que Dios me ha hecho hacer en bien de todas, sea bendecido. Deben ser humildes y obedientes, tales mujeres, que Dios sea alabado siempre a través de ustedes”.
Después de hablar, pidió el Sacramento de Extrema Unción. Cuando una hermana estaba muriendo, era la costumbre que cada una de ellas fuera e hiciera la señal de la Cruz en la frente. Cuando se la estaban haciendo a ella, les dijo: “¿Porque me hacen el signo de la Cruz? Yo tengo a Jesús crucificado en mi corazón”.
El viernes 16 de agosto en la tarde, Clara pidió que viniera su hermano Francisco. Esa noche llegó y la encontró muy cansada. Pero a la mañana siguiente, ella parecía estarse recuperando.
Francisco se marchaba, cuando dos hermanas lo llamaron y llevaron a ver a Clara, que sentada en la cama, con el color del rostro encendido y sonriendo, parecía completamente recuperada.
Le dio a su hermano dirección espiritual, ya que ella era su maestra, hablando largamente con él. Un ambiente de gozo y celebración comenzó a esparcirse por el Convento, cuando Clara llamó a Fray Tomaso, el capellán, y le dijo: “Yo confieso al Señor y a usted todas mis faltas y ofensas”.
Más tarde manifestaba a sus monjas: “Ahora ya no tengo nada más que decirles. Ustedes están con Dios porque yo me voy con Él”. Se mantuvo así, sentada en la cama, sus ojos observando el cielo, sin moverse. Pasaron varios minutos y Francisco le tomó el pulso. Mirando a las hermanas, llorando, les anunció que Clara había muerto.
Murió el Sábado 17 de Agosto de 1308 a las nueve de la mañana. Las monjas inmediatamente prepararon el cuerpo de Clara, para que todos pudieran verla. Primero le quitaron el corazón y lo pusieron en una caja floreada de madera.
La Misa funeral fue celebrada el 18 de Agosto. Esa noche, las hermanas abrieron el corazón de Clara para prepararlo y ponerlo en un relicario. Asombrosamente, las palabras de Clara se hicieron vida: delante de ellas estaban las marcas de la Pasión de Jesús.
Dentro del corazón se veía la forma perfecta de Jesús Crucificado con la corona de espinas en la cabeza y la herida de la lanza en el costado. Además, hechos de ligamentos o tendones, los flagelos aparecían con las puntas mostrando las bolas de metal para desgarrar la carne y los huesos del Señor. La noticia de este milagro se propagó inmediatamente.
Otro hallazgo fue el de 3 piedras dentro de su vejiga. Cuando las monjas investigaron más, descubrieron que las 3 piedras, del tamaño de una nuez, eran perfectamente iguales en forma, tamaño y peso. Todas pesaban lo mismo; una pesaba tanto como dos, dos como tres y una como tres. Las hermanas interpretaron esto como un signo del amor tan grande que Clara tenia hacia la Santísima Trinidad.
El cuerpo de Clara producía tal fragancia, que no pudieron enterrarla. Su cuerpo, después de 700 años, nunca se ha descompuesto.
El proceso ordinario de la vida de Santa Clara, sus virtudes, sus revelaciones y milagros atestiguados gracias a su intercesión después de su muerte, comenzó en 1309. El proceso apostólico llegó al Papa en 1328, pero su canonización en San Pedro ocurrió el ocho de Diciembre de 1881, Fiesta de la Inmaculada Concepción.
En la Iglesia de la Santa Cruz en Montefalco se conserva hasta hoy el cuerpo incorrupto de Santa Clara. Se pueden contemplar las reliquias de su corazón con las marcas de la Pasión y las tres piedritas de la vejiga.
En el jardín del Monasterio, junto a la iglesia, se encuentran unos árboles muy valiosos. Resulta que Jesús se apareció a Santa Clara en el jardín con un cayado, el cual le pidió a ella que lo sembrara. La Santa le preguntó cómo hacerlo, ya que no era una planta. Jesús le dijo, que como si lo fuera.
En obediencia, Santa Clara siembra el cayado y de pronto se convierte en un árbol milagroso que da frutos. La Santa utilizaba sus semillas para hacer rosarios con los que oraba por los enfermos y se sanaban.
Los descendientes del árbol milagroso aún están en el jardín del Convento de Montefalco. Las hermanas del Convento siguen hasta hoy haciendo estos rosarios. Se pueden adquirir en la tiendecita de la iglesia.