Interesante testimonio del psiquiatra Robert Gallagher, publicado primero por Religión en Libertad
A finales de los 80 me presentaron a una supuesta gran sacerdotisa satánica. Decía ser bruja y vestía como tal, con vaporosos vestidos negros y sombra negra de ojos hasta las sienes. En nuestras numerosas conversaciones admitió que adoraba a Satanás como su “reina”.
Soy un científico amante de la Historia. Tras estudiar Literatura Clásica en Princeton, me formé como psiquiatra en Yale y como psicoanalista en Columbia.
Precisamente por esa formación, un sacerdote católico había pedido mi opinión profesional, que ofrecí sin honorarios, sobre si esta mujer padecía un trastorno mental. Era el momento álgido del temor nacional al satanismo. (En un caso que ayudó a inducir la histeria, Virginia McMartin y otros acababan de ser acusados de abusos con ritual satánico en una guardería de Los Ángeles; los cargos fueron luego desestimados). Así que yo me inclinaba al escepticismo.
Pero el comportamiento de mi paciente sobrepasó lo que yo podía explicar con mis conocimientos. Ella les decía a algunas personas sus debilidades ocultas, como un orgullo exagerado. Sabía cómo habían muerto personas que no había conocido, como mi madre por un cáncer de ovario. Posteriormente, otras seis personas me aseguraron que, durante sus exorcismos, la habían escuchado hablar en muchos idiomas, incluido el latín, totalmente extraño para ella cuando no estaba en trance.
Esto no era una psicosis; era lo que sólo puedo describir como una capacidad paranormal. Concluí que estaba poseída. Mucho después, ella me permitió contar su historia.
El sacerdote que me pidió opinión ante este extraño caso era el exorcista más experimentado de país en aquella época, un hombre erudito y sensible.
Le había dicho que, aunque yo era católico practicante, no era probable que me tragase un montón de abracadabras. “Bueno”, replicó, “si hubiésemos pensado que a usted se le podía engañar fácilmente no le hubiésemos pedido que nos ayudase”.
Veinticinco años de experiencia
Así fue como comenzó una curiosa colaboración. Durante las últimas dos décadas y media y mediante varios cientos de consultas he ayudado a ministros de varias denominaciones y creencias a diferenciar episodios de enfermedad mental (que suponen la aplastante mayoría de casos) de, literalmente, la acción del demonio. Es un papel improbable para un médico en el ámbito académico, pero no veo que haya conflicto entre estos dos aspectos de mi carrera.
Los mismos hábitos que definen lo que hago como profesor y psiquiatra (apertura de mente, respeto ante los hechos y compasión por la gente que sufre) me condujeron a ayudar en la tarea de discernir los ataques de lo que creo que son espíritus malignos y, con el mismo espíritu crítico, diferenciar entre estos casos extremadamente raros y las enfermedades médicas.
¿Es posible ser un sofisticado psiquiatra y creer que los espíritus malignos, aunque sólo rara vez, atacan a las personas? La mayor parte de mis colegas y amigos científicos dicen que no, por su frecuente contacto con pacientes crédulos sobre demonios, por su generalizado escepticismo ante lo sobrenatural y por su determinación de utilizar solo tratamientos estándares y consensuados que no puedan potencialmente confundir (sin duda, un riesgo) o hacer daño a pacientes vulnerables.
Pero una observación cuidadosa de las pruebas que se me han presentado en mi carrera me ha llevado a creer que ciertos casos extremadamente poco frecuentes no pueden explicarse de otra forma.
La furia ante objetos y símbolos sagrados es un indicio de actividad demoníaca, pero también puede tener una causa meramente psíquica… el psiquiatra debe discernir con cuidado todos los síntomas
La demanda crece
El Vaticano no hace un seguimiento global o nacional de los exorcismos, pero según mi experiencia, y según los sacerdotes que conozco, la demanda está creciendo. Según Vincent Lampert, sacerdote y exorcista de Indianápolis y miembro activo de la Asociación Internacional de Exorcistas, en Estados Unidos hay unos cincuenta exorcistas “estables” (designados por los obispos para dedicarse casi en exclusiva a combatir la actividad demoniaca), frente a 12 hace sólo una década.
Él mismo recibe unas veinte peticiones semanales, el doble de cuando le nombró su obispo, en 2005.
La Iglesia católica ha respondido ofreciendo más medios a los miembros del clero que desean afrontar el problema. Por ejemplo, en 2010 la conferencia episcopal organizó un encuentro en Baltimore para sacerdotes interesados. En 2014, el Papa Francisco reconoció formalmente la Asociación Internacional de Exorcistas, cuatrocientos de cuyos miembros se reunirán en Roma este octubre.
Sus miembros creen en estos casos raros porque les llaman continuamente para ayudar. (Yo mismo serví durante un tiempo como asesor científico de la dirección de la asociación.)
Por desgracia, no todos los sacerdotes que trabajan en este campo tan complejo son tan prudentes como el sacerdote que contactó conmigo la primera vez. En algunos círculos existe la tendencia a preocuparse en exceso con supuestas explicaciones demoniacas y a ver demonios en todas partes. En ocasiones, sobre todo en países poco desarrollados, han tenido lugar a veces malos diagnósticos fundamentalistas y absurdos o incluso peligrosos “tratamientos”, como golpear a las víctimas. Tal vez por esto los exorcismos tienen una connotación negativa en algunos ámbitos. Las personas que tienen problemas psicológicos deberían recibir tratamiento psicológico.
Cómo distinguir una posesión
Pero creo que he visto hechos reales. Los ataques a personas se clasifican en “posesiones demoniacas” o en ataques (algo más frecuentes pero menos intensos) llamados normalmente “opresiones”. Un individuo poseído puede repentinamente, en una especie de trance, proferir afirmaciones sorprendentemente venenosas y despreciativas contra la religión, al tiempo que comprende y habla lenguas extrañas que antes desconocía. El sujeto podría también exhibir una fuerza enorme o incluso el extraordinariamente raro fenómeno de la levitación.
(Yo no he sido testigo directo de una levitación, pero media docena de personas con quienes trabajo la han visto en el curso de sus exorcismos.)
Puede demostrar “conocimientos ocultos” de todo tipo de cosas (cómo murió un ser querido de un desconocido, qué pecados secretos ha cometido, incluso dónde están algunas personas en un momento dado). Son habilidades que no pueden explicarse si no es por una capacidad psíquica o preternatural especial.
Personalmente he visto estos hechos racionalmente inexplicables, así como otros fenómenos paranormales. Mi perspectiva es inusual: como doctor en ejercicio, creo que he visto más casos de posesión que ningún otro médico en el mundo.
La mayor parte de las personas a quienes he examinado en ese papel sufren los más prosaicos problemas de trastornos médicos. Cualquiera que esté mínimamente familiarizado con las enfermedades mentales sabe que las personas que creen estar siendo atacadas por espíritus malignos generalmente no están experimentando nada de eso. Los facultativos ven continuamente pacientes psicóticos que afirman ver o escuchar demonios; o personas histriónicas o altamente sugestionables, como las que padecen síndromes de identidad disociativa; y pacientes con trastornos de la personalidad inclinados a malinterpretar sentimientos destructivos (en lo que los exorcistas llaman a veces “pseudo-posesión”) como un mecanismo de defensa o una proyección externa.
Pero ¿qué se supone que debo hacer con pacientes que inesperadamente comienzan a hablar en perfecto latín?
Yo me acerco a cada situación con un escepticismo inicial. Técnicamente no hago mi propio “diagnóstico” de posesión, sino que informo al sacerdote de que los síntomas no tienen ninguna causa médica imaginable.
Una actividad mal vista
Soy consciente de cómo miran este tipo de trabajo muchos psiquiatras. Aunque la American Psychiatric Association no tiene opinión oficial sobre estos asuntos, el sector (como la sociedad en su conjunto) está plagado de escépticos irreductibles y, ocasionalmente, de doctrinarios materialistas que son con frecuencia extrañamente cáusticos en su oposición a todas las cosas espirituales.
Mi trabajo es ayudar a la gente a buscar ayuda, no convencer a los médicos que no son susceptibles de convencerse. Sin embargo, me ha sorprendido agradablemente el número de psiquiatras y otros profesionales de la salud mental que están hoy abiertos a prepararse para hipótesis similares. Muchos creen exactamente lo mismo que yo, aunque pueden ser renuentes a hablar de ello.
Analizar los hechos y ayudar a las personas
Como hombre de razón, he tenido que racionalizar lo aparentemente irracional. La respuesta a preguntas que se me han planteado, sobre cómo un médico científicamente formado puede creer “semejante tonterías arcaicas y acientíficas”, tiene una respuesta sencilla. Yo sopeso honestamente los hechos.
Se me alega, de manera simplista, que la levitación desafía las leyes de la gravedad, ¡y por supuesto así es! Aquí no estamos tratando con realidades puramente materiales, sino con el ámbito espiritual. Uno no puede forzar a esas criaturas a someterse a estudios de laboratorio o a manipulación científica; tampoco se prestarán fácilmente a permitir que se las grabe con un equipo de vídeo, como a veces piden los escépticos.
(El Catecismo de la Iglesia Católica sostiene que los demonios son conscientes y poseen su propia voluntad. Como son ángeles caídos, también son más poderosos que los hombres. Por eso, después de todo, generan confusión y siembran la duda.) Tampoco la Iglesia desea comprometer la intimidad de una persona que sufre, no menos que un médico desea comprometer la confidencialidad de un paciente.
Sea por una causa sobrenatural, simplemente misteriosa o por una enfermedad mental, el deber del médico es intentar ayudar, sanar, combatir el sufrimiento y acompañar al que sufre
Con frecuencia, en diversas culturas la ignorancia y la superstición han rodeado las historias de posesión demoniaca, y sin duda muchos supuestos episodios pueden explicarse como fraude, engaño o patología mental.
Pero los antropólogos creen que casi todas las culturas han creído en los espíritus, y que la amplia mayoría de las sociedades (incluida la nuestra) han registrado dramáticas historias de posesión espiritual. A pesar de sus variadas interpretaciones, la multiplicidad de descripciones del mismo fenómeno en formas sorprendentemente consistentes ofrece una evidencia acumulativa de su credibilidad.
Como psicoanalista, un rechazo generalizado a la posibilidad de ataques demoniacos parece menos lógica, y a menudo de naturaleza ilusoria, que una cuidadosa valoración de los hechos. Tal como lo veo, la prueba de la posesión es como la prueba de que George Washington cruzó el Delaware. En ambos casos, los relatos históricos escritos, junto con numerosos testigos sólidos, dan fe de su exactitud.
Sin embargo, finalmente no fue una visión académica o dogmática lo que me impulsó en esta línea de trabajo. Se me pidió consulta sobre personas que sufren. Siempre he pensado que, si se le pidiese ayudar a una persona torturada, un médico no debería rechazar arbitrariamente verse envuelto.
Quienes descartan estos casos impiden sin quererlo que los pacientes reciban la ayuda que necesitan desesperadamente, ya sea no recomendándoles tratamiento psiquiátrico (lo cual necesita claramente la mayoría) o no informando a sus directores espirituales de que parece haber en el asunto algo que va más allá de una enfermedad mental o de otro tipo. Para cualquier persona de ciencia o de fe, debería ser imposible darle la espalda a un alma atormentada.
Traducción de Carmelo López-Arias.
Fr. Nelson M.
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