La Sagrada Escritura nos dice que Esteban, que perteneció al primer grupo de diáconos de la Iglesia (Hechos 6,5) recibió de Dios tal sabiduría que sus adversarios “no podían hacer frente a la sabiduría ni al Espíritu con que hablaba” (Hechos 6,10). Cuando quedó cerrado el camino de las discusiones, porque vieron que así jamás podrían vencerlo, entonces utilizaron otros caminos: la calumnia, luego la gritería, y finalmente la tortura y muerte. Al momento de apedrearlo leemos esto: “ellos, gritando a voz en cuello, se taparon los oídos y todos a una se abalanzaron sobre él, lo sacaron a empellones fuera de la ciudad y comenzaron a apedrearlo.”
Es la Historia de la Iglesia misma. En el terreno de la lógica y las razones, nadie puede vencer a la claridad de una encíclica como Evangelium vitae, sobre la dignidad de la vida humana en todas sus etapas; o como Veritatis splendor, sobre la relación entre verdad y libertad; o como Familiaris consortio, sobre la unidad e indisolubilidad del matrimonio. Como esos caminos de diálogo y discusión sólo reportan pérdidas para los enemigos de la fe, entonces usan otros: calumnias, sofismas, confusión, silencio de la doctrina clara.
No es de extrañar que, al final, como en la historia de Esteban, se presenten no pocos que sean perseguidos, maltratados o asesinados. Pero Dios seguirá siendo Dios, y a golpe de espada o de conversiones, o de ambas cosas, se abrirá un tiempo nuevo para la Iglesia.