Durante su ya medio siglo de existencia, la Renovación Carismática Católica (RCC) ha sido vista con persistente desconfianza desde muy diversos ámbitos de la Iglesia. Al mismo tiempo, ya desde su fundación ha encontrado en los Papas–desde Pablo VI hasta Francisco, es decir: en todos–voces de apoyo, de aliento y de acogida. No es muy probable que estas breves palabras mías cambien demasiado las cosas pero sí las veo como un deber de justicia.
En efecto, sin caer en un entusiasmo ciego, creo que hay bienes inmensos que la RCC ha traído a millones de personas, entre als que yo mismo me cuento:
1. Una relación personal de amor, gratitud y alegría con la Persona de Jesucristo.
2. Conciencia gozosa y profundamente sanadora de quién es Dios Padre, hasta poder exclamar: ¡Abbá!
3. Experiencia del poder, la unción y los dones (carismas) del Espíritu Santo, no como algo simplemente exótico sino como el equipamiento indispensable para que la Iglesia realice su misión.
4. Certeza de que, como dijo Pablo VI en Evangelii nuntiandi, n.14: “la Iglesia existe para evangelizar.” Esta certeza a su vez sitúa otras labores de la Iglesia, y muy particularmente, la promoción social y humana no como un barómetro absoluto sino como parte de la expresión de la misión esencial.
5. Nuevo relieve al don de la alegría: verdadero antídoto contra la tentación hoy frecuente del sobre-diagnóstico, o las nostalgias hacia un pasado idealizado.
6. Experiencias fuertes de sanación, liberación y adoración, capaces de cambiar para bien las prioridades, los horarios y los gustos de miles y miles de personas.
7. Espíritu de fraternidad en muchos lugares, hasta el punto de propiciar verdadera sensación de casa, de familia de Dios, en muchas personas.
8. Renovación del sentido vocacional, contemplativo y misionero en incontables religiosos, religiosas y sacerdotes.
9. Aumento en las vocaciones al sacerdocio y la vida consagrada, allí donde la RCC ha cotado con una adecuada dirección y apoyo.
10. Espíritu de amor a la Iglesia y en ella, al Papa y a nuestros legítimos pastores.