Una de las formas más puras de oración es la entrega de nosotros mismos, de nuestras preocupaciones y alegrías, a Dios, que es Padre providente, amigo verdadero, luz que no se apaga, caridad perfecta.
La palabra “entrega” es fundamental porque indica un acto de confianza y una proclamación del señorío de Dios sobre todas las áreas de nuestra vida.
Mi impresión, sin embargo, es que al iniciar a los niños en la oración les inculcamos que practiquen la petición, la acción de gracias, el arrepentimiento y tal vez la alabanza; pero demasiado a menudo se nos olvida inculcar esa oración fundamental: la de ENTREGAR todo al Señor.
Por eso quizás crecemos con la impresión de que la respuesta a nuestras oraciones es el cumplimiento de NUESTRA voluntad porque no nos hemos habituado a simplemente dejar en manos de Dios nuestro ser y quehacer.
La buena noticia es que esta parte fundamenta de la oración, que está grabada a fuego en el Padrenuestro: “Hágase tu voluntad…”, la podemos empezar a cultivar desde hoy mismo. Los ejercicios más sencillos son breves frase, jaculatorias, como:
“Te entrego, Señor, este día.”
“Jesús, yo confío en ti.”
“Lo que tú dispongas, Señor, está bien dispuesto.”
“En ti confío, Señor, y no seré defraudado.”