La historia de Lourdes, contada por la santa vidente, Bernardita Soubirou

De una Carta de santa María Bernarda Soubirous, virgen

(Carta al padre Gondrand, año 1861: cf. A. Ravier, «Les écrits de sainte Bernadette», París 1961, pp. 53-59)
LA SEÑORA ME HABLÓ

Un día, yo había ido, con dos niñas más, a orillas del río Cave, a coger leña, cuando oí un ruido. Miré hacia el prado, pero vi que los árboles no se movían lo más mínimo. Entonces levanté la cabeza y miré la cueva. Vi a una Señora toda de blanco: llevaba una túnica blanca y un ceñidor azul, y sobre cada uno de sus pies tenía una rosa de un color entre blanco y amarillo, del mismo color que su rosario.

Al verla, me froté los ojos, creyendo que me engañaba; metí las manos en el bolsillo, donde encontré el rosario. Quise también persignarme, pero no pude llevar la mano a la frente, sino que me cayó sin fuerzas. Pero al persignarse aquella Señora, yo también lo intenté, y, aunque la mano me temblaba, pude hacerlo por fin. Al mismo tiempo empecé a rezar el rosario, mientras la Señora iba pasando también las cuentas de su rosario, aunque sin mover los labios. Cuando terminé el rosario, la visión se desvaneció al momento.

Pregunté a las dos niñas si habían visto algo: ellas dijeron que no, y me preguntaron si tenía algo que contarles. Les aseguré que había visto a una Señora vestida de blanco, pero que no sabía quién era, y les advertí que no dijeran nada a nadie. Ellas me aconsejaron que no volviera a aquel lugar, a lo que yo me negué. Allí volví el domingo, movida por una fuerza interior…

Aquella Señora no me habló hasta la tercera vez, y me preguntó si quería ir a verla durante quince días. Yo le respondí que sí. Ella añadió que tenía que decir a los presbíteros que procuraran que se le edificase una capilla en aquel mismo lugar; luego me mandó que bebiese en la fuente. Como no veía ninguna fuente, me dirigía al río Gave; pero ella me indicó que no se refería a él, y con el dedo me señaló la fuente. Me acerqué a ella, y no encontré más que un poco de agua fangosa. Acerqué la mano, pero no pude recoger ni una gota; entonces comencé a rascar y, finalmente, pude coger un poco de agua; la arrojé tres veces, y a la cuarta ya pude beber. La visión desapareció y yo me fui.

Volví allí durante quince días, y la Señora se me apareció cada día, fuera de un lunes y un viernes, insistiendo en que tenía que decir a los presbíteros que se le había de edificar allí una capilla, que tenía que ir a la fuente a lavarme y rogar por la conversión de los pecadores. Varias veces le pregunté quién era, pero ella se limitaba a sonreír dulcemente; finalmente, poniendo los brazos en alto y levantando los ojos al cielo, me dijo que era la Inmaculada Concepción.

Durante aquellos quince días, me comunicó también tres secretos, prohibiéndome que se los revelara a nadie en absoluto. Lo cual he observado hasta ahora fielmente.