El pasado 2 de febrero cumplí 31 años de haber profesado como religioso dominico; un tiempo después, el 21 de marzo de 1992, recibí la ordenación sacerdotal.
De vez en cuando es bueno gritar con gozo al mundo, lo que es verdad y llevo dentro: “¡Soy feliz! ¡Estoy infinitamente agradecido con Jesucristo, con la Iglesia y con mi Orden Dominicana!” No soy ciego. Veo problemas e incoherencias, sobre todo en mí mismo, pero “¿cómo pagaré al Señor por todo el bien que me ha hecho?”
Es importante que el caudal de malas noticias y el ruido de tantos escándalos no opaquen la belleza de la gracia y la serenidad de la música del amor de Dios.
Miremos esta vida como una inmensa oportunidad para aprender de Quién somos y hacia Quién vamos, y para convocar con ejemplos, palabras y obras, a los más que podamos, para que todos conozcan, alaben, amen y obedezcan a Cristo Señor.