Lo propio de quien ha recibido amor sobreabundante es la capacidad de salir de sí mismo, es decir, de no centrarse en los propios intereses, o la propia comunidad.
La abundancia que Dios nos promete no está exenta de tribulaciones y contradicciones pero sigue siendo abundancia de victoria.
El Espíritu da también una mirada penetrante, según lo anunciado en Joel 3, con referencia a las visiones y sueños inspirados. El Espíritu de profecía es el que nos hace participar del modo como Dios ve las cosas.
Y que nuestro amor sea inexplicable: esa es una vida prodigiosa. Los “prodigios” de que habla Hechos 2 han de ser ante todo nuestros actos de fe, esperanza y amor, más allá de los cálculos de este mundo. La sobriedad, el despredimiento, la capacidad de servicio, las renuncias reales son señales que apuntan hacia la abundancia del Espíritu.