“Ciertos rigorismos nacen de querer ocultar dentro de una armadura la propia y triste insatisfacción.” Esa frase la ha dicho la periodista Elizabetta Piqué, muy cercana a la persona y el ministerio del Papa Francisco. ¿Cómo se supone que debe entenderla uno? – J.A.
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El Papa Francisco ha hablado en varias ocasiones en contra del rigorismo así como Benedicto XVI habló n contra del relativismo. Menciono este hecho porque estas dos tendencias morales son los dos extremos de un péndulo en el que tanto la Iglesia como la sociedad se han movido, de lado a lado: el relativismo quiere convertir la moral en un asunto de conveniencias y gustos subjetivos; el rigorismo pretende ignorar las intenciones y las circunstancias de los actos humanos, para concentrarse sólo en hechos objetivos que cree poder calificar siempre con absoluta certeza.
¿Por qué se vuelve relativista la gente? Por muchas razones pero, entre ellas, no es extraño que se trate de una reacción frente al rigorismo de los papás, los maestros o los predicadores que ha tenido cerca. ¿Por qué se vuelve rigorista la gente? De nuevo: por muchas razones pero, entre ellas, no es raro que sea otro tipo de reacción, esta vez frente al ambiente permisivo y caprichoso del entorno q¿en que han vivido. Y eso explica el movimiento pendular que suele ir incansablemente de uno a otro extremo.
Otro tema es qué hay debajo o detrás de una fachada relativista o rigorista.
La verdad es que los relativistas tienen, como los demás seres humanos, sus leyes fijas, sus dogmas firmes y sus principios innegociables. Nadie puede ser del todo relativista porque entonces tendría que admitir ser abusado por otro que dijera: “A mí lo que me nace es aprovecharme del tonto relativista este.” De ahí surge que todo relativista tenga que acogerse a algún tipo de principio simétrico de la forma: “Respétame y yo te respeto.” Luego viene el problema de cómo tratar a los débiles o a los menores de edad. Es aquí donde el relativista termina equipándose de una serie de ideas que racionalmente no puede justificar pero que en el fondo necesita para que la sociedad sea viable. Dicho de otro modo, todo relativista está en guerra racional contra sí mismo y en últimas navega sobre un mar de caprichos e incoherencias de las que pretende sentirse a salvo apelando a lugares comunes o al “sentido común.” Al ver que nuevas generaciones no siguen su ruta se encierra en nostalgias que son muy típicas de los que fueron “revolucionarios” a su manera y vivieron lo suficiente para ver cómo ellos mismos tenían todas las condiciones y dieron todos los pasos necesarios para que fracasara su propia revolución.
La otra cara de la moneda son los rigoristas, que es a lo que va la pregunta. El rigorista desearía tenerlo todo claro, y desearía también tener toda la fuerza para ser lógico en sus decisiones y coherente en su comportamiento. Sin duda consigue algunas metas, que son las que le animan a seguir en su forma de pensar. Pero a menudo le acosan varias plagas. No logra ser tan sólido y coherente como desearía, y la sensación de estancamiento o mediocridad no se va ni siquiera con la confesión frecuente o frecuentísima. El vacío emocional, el hambre de compañía y la necesidad de ternura no se apagan tan fácilmente porque una cosa es sentirse uno “bueno” y otra es sentirse “bien.” Además, la típica falta de alegría, de buen humor, de no tomarse tan demasiado en serio, se convierte en una carga agobiante que empuja hacia el escapismo. En casos conocidos, el escape se da en forma de alcoholismo, relaciones escondidas, doble vida, compensaciones a través del poder o de un nivel de vida elitista, marcado por el lujo. El rigorista además no puede dejar de sentirse aludido en tantas palabras de Cristo contra escribas y fariseos, no porque alguien más se lo diga sino porque se da cuenta que su conciencia se ha convertido en una máquina imparable de juicios implacables–lo cual le lleva a confesarse de modo repetido y obsesivo, sin llegar a un verdadero alivio o solución. Al final, cuando examina su vida, no sabría qué responder si alguien le preguntase en qué sentido es “Buena Nueva” el Evangelio porque él a lo sumo lo que puede esperar es que el Cielo sea otra cosa que lo que esta viviendo.
Es ahí donde toman su sentido muchas expresiones del Papa o de quienes quieren exponer su pensamiento: ciertos rigorismos nacen de querer ocultar dentro de una armadura la propia y triste insatisfacción.
Pero debe quedar claro que la solución al rigorismo no es relativizarlo todo, o disolver la moral en un numero incontable de “situaciones;” así como tampoco el remedio al relativismo es lanzarnos en pos de una vida rígida sellada por el rigor.
Volviendo nuestros ojos hacia los santos aprenderemos a tener puntos objetivos claros sobre el bien y sobre el mal, y a la vez daremos su valor, siempre menor y relativo, a las circunstancias e intenciones.