El Mesías ve más allá de las apariencias: su mirada nos invita a asomarnos a la profundidad y a la complejidad de la existencia humana. Y algo queda claro: todos tenemos una naturaleza, un sedimento herido gravemente por el pecado; pero mucho más hondo y mucho más real es el cimiento de amor de gratuidad que Dios ha puesto en nosotros al crearnos y al redimirnos.