La hermosa celebración de la Santísima Virgen María como Reina del Universo es una ocasión muy propicia para descubrir lo que significa el verbo reinar cuando lo miramos desde Dios y no desde el hombre marcado por el egoísmo.
Precisamente lo que más nos condiciona cuando hablamos de reinar es que estamos acostumbrados a pensar en los reyes y las reinas como seres que se ponen en el centro de toda una nación o de todo un pueblo: desde ellos brota el poder; de ellos salen las decisiones; son ellos los que disponen todo y para ellos son los honores,las ganancias y todas las conquistas. Esta imagen notoriamente egoísta sobre lo que significa reinar oscurece nuestros ojos cuando nos acercamos al reino de Dios o cuando nos acercamos a una celebración litúrgica tan bella como la de la Virgen María, Reina del Universo. Quien está acostumbrado a ver a los reyes como seres narcisistas que reconcentran el poder y disfrutan todos los beneficios no pueden concebir que un rey comparta su reinado; y sin embargo es ésta una característica muy propia del Reino de Dios.
Así como Dios nos ha hecho partícipes de su propia naturaleza; así como nos ha dejado experimentar la fuerza de su amor y nos hace capaces de amar un poco como él mismo ama; y así como nos da de su sabiduría para reconocer las huellas de su presencia en la creación y en la obra redentora; de la misma manera nos da una participación de su poder en el gobierno de nosotros mismos, en el gobierno de las cosas que nos rodean, y en la capacidad de guiar a otros para que también experimenten los bienes y bendiciones que nosotros hemos recibido.
Esto significa que la participación en la naturaleza divina, que sucede auténticamente por la gracia y donación del Espíritu Santo, es también participación en el reinado de Dios. No tiene entonces nada de extraño lo que dice el Señor Jesucristo a los apóstoles cuando les anuncia que ellos se van a sentar en tronos para “juzgar” a las tribus de Israel (Mateo 19,28). Tampoco es extraña la frase de San Pablo: “si sufrimos con él reinaremos con él” (2 Timoteo 2,12). En efecto, aquello de sufrir con él significa estar unidos con viva caridad a su plan y a su voluntad. Esta clase de unidad proviene finalmente de la participación en su naturaleza, por el don del Espíritu Santo, como ya ha sido dicho. Cabe esperar entonces que Aquella que tuvo una unión absolutamente singular con el plan universal de salvación y redención que habría de realizar su hijo Jesucristo tenga también una participación completamente única en su reinado.
Es un despropósito entonces decir que la fiesta litúrgica de María reina del universo carece de base bíblica, siendo así que todo el Nuevo Testamento apunta en la dirección de la participación de la naturaleza divina como lo dice expresamente el apóstol (2 Pedro 1,4). Gocémonos pues en esta celebración litúrgica y pidamos al Señor que nos permita vivir con verdadera dignidad de hijos suyos.