Padre, ¿por qué no? que un hombre exprese su feminidad y una mujer su masculinidad (ella usan pantalones, ¿por qué un hombre no podría usar falda?), sin que ello errónea y necesariamente tenga que decir que es lesbiana o gay. – R.R.
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Mi convicción y mi experiencia van en una dirección contraria y creo que hay razones suficientes para no desconectar la biología del comportamiento. Todos los días, desde el primero de nuestra vida, usamos los órganos de los sentidos, y estos son distintos de varios modos, y sobre todo, en su interconexión neuronal, si miramos a los hombres o a las mujeres. Este es un tema fascinante que no creo que pueda omitirse.
Es irresponsable, desde el punto de vista científico, omitir un factor importante de cambio pero la ideología de género hace exactamente eso: toma toda la realidad biológica y dice: “Esto en realidad no importa”
Otro aspecto de tu escrito es la relación entre el ser y el expresarse. La expresión, en particular, es un hecho social y no simplemente individual. A menos que profesemos un individualismo radical, que por ello mismo no sería ético, debemos admitir que todo lo que tiene una repercusión social implica una responsabilidad y por lo tanto unas restricciones desde el punto de vista del individuo.
Imagina por ejemplo a una persona que dijera: “Yo considero que uno debe hablar de modo que siempre pueda ser escuchado, y por eso estoy convencido de que toda comunicación humana debe darse a gritos.” Consecuente con su convicción, este hombre sale a gritar a todos: en la calle, en el restaurante, en la iglesia, en el parque, en la biblioteca. Pronto empiezan a mirarlo mal y regañarlo pero él se sostiene en lo suyo: “La comunicación humana fluye mejor a gritos.” Uno sabe cómo terminará una historia así: todo lo que implica una vida en sociedad implica el cuidado del bien común.
En el caso del respeto a la vida o la integridad física, es fácil ver dónde está en el bien común. Es menos obvio pero no menos real que ese mismo bien existe en otras dimensiones de la vida social. Si decido que en todo restaurante comeré sentándome en el suelo porque, según mi criterio, “ese es el modo correcto de comer” se produce una ruptura que no es trágica pero sí incómoda e inútil en el tejido social. A quien le importa el bien común le importa cómo hacer la vida posible y mejor para todos.
Todo esto significa que, aunque los códigos sociales de expresión no son inamovibles, tampoco debemos considerarlos materia de capricho invidividualista. Si al mismo restaurante donde llegó un cliente que insiste en sentarse en el suelo llega otro que insiste en que hay que hablar a gritos, y llega otro que piensa que los desodorantes son el principio del colapso del cosmos, y llega otro que considera que los meseros deben hablarle solamente con los ojos cerrados… ¿cuál es el bien que se construye?
Lamentablemente nuestra época sabe demasiado del individuo y demasiado poco del bien común. La soledad y abandono de tantas personas y la desintegración de tantas familias nos empujan, en cierto modo, a darle importancia sólo a los propios gustos o deseos: “Quiero ser mujer” “Quiero ser hombre” “Quiero un bebé” “No; ya no lo quiero: mátenlo.”
Una pregunta que uno debe hacerse como sacerdote, consejero, psicólogo, profesor es: ¿Cuál es mi responsabilidad social ante este estado de cosas? ¿Empujar otro poco más en la dirección del individualismo que prescinde de la sociedad para imponer lo suyo, a la espera de que un día una ley me imponga lo que al gobernante de turno se le ocurra? ¿No será más bien lo contrario: oír la voz profunda de nuestra naturaleza, empezando por las voces de nuestro ser, que es biología y cuerpo, y también alma, para luego oír las voces que nos llevan hacia el bien común?
Te invito, pues, a que cultives una mirada integral que tome cuenta de todo: desde lo más fisiológico hasta lo más espiritual; desde lo más íntimo hasta la plenitud del bien común y social.