El pecado pone al ego en el trono que sólo a Dios pertenece; pero la pretensión de ser dioses incluye la pretensión de que todos los demás sean sólo lacayos que sirven nuestro ego. La Biblia entera es la historia de cómo Dios ha vencido ese estado calamitoso a través del despertar nuestras conciencias y conducirnos a la persona de Cristo que nos revela la verdad de quién es el hombre y quién es Dios. Esta verdad, confirmada en la Resurrección, sólo se hace nuestra con el Don del Espíritu Santo, que es como un torrente de agua pura que purifica y que hace que el trono sea de Dios, es decir, que llegue el Reinado de Dios a nuestra vida. Así transformados, ya no buscamos intereses particulares, que al final siempre nos dividen, sino que corremos en búsqueda de la gloria divina, que es por supuesto el mayor bien para nuestro prójimo. por eso, con esta gracia nueva y renovadora del Espíritu formamos un solo Cuerpo en Cristo para alabanza de Dios Padre.