Este grave tema fue estudiado por el jesuíta Constantino Bayle en Los clérigos y la extirpación de la idolatría entre los neófitos americanos, y por el franciscano Pedro Borges en La extirpación de la idolatría en Indias como método misional (siglo XVI). Aquí lo consideraremos nosotros en la primera evangelización de México.
En efecto, a poco de la conquista (1519 -1523), según nos cuenta el P. Motolinía, «en todos los templos de los ídolos, si no era en algunos derribados y quemados en México, en los de la tierra, y aún en los del mismo México, eran servidos y honrados los demonios. Ocupados los españoles en edificar a México y en hacer casas y moradas para sí, contentábanse con que no hubiese delante de ellos sacrificio de homicidio público, que escondidos y a la redonda de México no faltaban; y de esta manera se estaba la idolatría en paz» (I,3, 64).
Los españoles civiles, por otra parte, tenían «temor –cuenta Mendieta– de que los indios se alborotasen y levantasen contra ellos. Y como eran pocos y el Gobernador ausente [Cortés en la expedición a las Hibueras], los matasen a todos que este temor por muchos años duró entre los españoles seglares, mas no entre los frailes» (III,21).
Así las cosas, los frailes veían que la evangelización no podía ir adelante en tanto que los ídolos e idolillos siguieran ejerciendo su maléfico influjo, y mientras los teocalis, aunque ya limpios de las siniestras alfombras de sangre humana que en otro tiempo ostentaban, continuaran erguidos en toda su grandiosidad. Y cuenta Motolinía que el 1 de enero de 1525, en Tetzcoco, tres frailes «espantaron y ahuyentaron todos los que estaban en las casas y salas de los demonios», y la batalla en seguida prendió en México, Cuauh-titlán y al rededores.
«Y luego, casi a la par, en Tlaxcallan comenzaron a derribar y a destruir ídolos», poniendo en su lugar la Cruz y una imagen de Santa María. Más aún, los frailes, con los indios cristianos, «para hacer las iglesias comenzaron a echar mano de sus teocalis para sacar de ellos piedra y madera, y de esta manera quedaron desollados y derribados; y los ídolos de piedra, de los cuales había infinitos, no sólo escaparon quebrados y hechos pedazos, pero vinieron a servir de cimiento para las iglesias» (III,3, 64).
Indios y españoles humillaron así a los dioses de aquellos inmensos mataderos de hombres, donde habían visto matar, descuartizar y desollar a muchos de sus parientes y amigos.
El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.