¿Que sentido tiene Dios sin la humanidad? – A.F.G.
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La afirmación de nuestra humanidad al margen o sin la luz de Dios, o sin la amistad de Dios o sin la gracia de Dios es finalmente un acto de afirmación de la creatura contra el Creador.
Te invito a que no caigas entonces en la trampa de decir: “Primero garanticemos lo humano, y luego veremos qué es o cómo entra lo divino.” El ser humano, al escrutar profundamente en sí mismo, no descubre otra razón de su origen, ni descubre otra meta para sus sueños que no sea Dios. Al reconocerse muchas veces débil e incoherente con sus propios propósitos–como seguramente te habrá sucedido a ti mismo–se descubre infinitamente necesitado de redención. Esto que te estoy contando es exactamente el resumen del Antiguo Testamento. Por algo dijo San Agustín: La ley se nos dio para que reconociéramos la necesidad de la gracia.
Dicho de otro modo: no existe lo humano “químicamente puro” que no sea, precisamente en virtud de su propia constitución humana, una referencia constante e innegable a la obra, el querer y la bondad de Dios.
¿Por qué entonces muchos filósofos buscaron una especie de humanismo sin Dios? Básicamente porque al reconocer que nuestro ser está en Dios y de Él depende completamente nos damos cuenta que no podemos ser ley para nosotros mismos. No podemos asignar a placer lo bueno y lo malo. No podemos considerarnos medida de nuestro propio ser a partir de nuestras solas preferencias o intereses.
Por eso al escuchar la Sagrada Escritura no podemos tampoco tomar como criterio “mi experiencia” o “tu experiencia.” Porque sucede esto: mientras el pecado da frutos deleitables (que es una etapa que siempre existe) la experiencia del pecador le hace detestable el querer y la ley de Dios. Por eso nos enseña el salmo: “Dice el necio para sí: no hay Dios; se han corrompido cometiendo abominaciones…” Así que mientras somos víctimas quizás voluntarias de nuestros pecados, nuestras “experiencias” siempre tratarán de torcer el sentido de la Escritura para que no nos despiere ni nos denuncie. Por eso dijo Cristo: “Todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas” (Juan 3,20). No caigas en esa trampa, te repito. De corazón te invito a tomar estos años de tu formación para afianzarte más y más en Cristo, el Verbo Encarnado, verdadero garante de la plena humanidad.